Bonilla y el drama
A Moreno Bonilla no le gustan los líos, pero los crea, y de una magnitud como la del escándalo de los cribados de cáncer, que es mucho más, infinitamente más, que un lío: la grosera exhibición del desprecio de su ejecutivo regional hacia lo público, es decir, hacia aquello a lo que están obligados e administrar, a mantener y a perfeccionar, pues de la calidad de su gestión depende el bienestar de los andaluces, e incluso, como en éste caso, la salud y hasta la vida de las andaluzas.
A Moreno Bonilla no le gustan los líos, los follones, y mucho menos los dramas, pero los crea. Su habla meliflua, su tono de común pastueño, su aspecto físico de vendedor atento de Sederías Carretas, su media sonrisa como petrificada, su gusto de que le llamen Juanma, incluso su estatura, ni alta ni baja, ayudan a conformar al personaje que conecta en apariencia con el canónico talante andaluz, enemigo de pleitos.
No, no le gustan a Moreno Bonilla los pleitos, pero, salvo interpretar al manso personaje que se ha creado, poco hace para evitarlos. Suponía que poniendo al frente de la Consejería de Sanidad, consecutivamente y en corto espacio de tiempo, a tres incapaces, y derivando a raudales los recursos de la sanidad pública a la privada, no iba a provocar un drama y un pleito descomunal con la sociedad a la que prometió o juró servir y no ha servido.
Como su colega y correligionario Mazón, que cargó las culpas de su fatal incompetencia sobre su incompetente consejera de Emergencias, destituyéndola, Bonilla responsabiliza del sindiós de las mamografías vanas a unos supuestos mandos intermedios, que no le informaron. Él, como Mazón en El Ventorro, no sabía nada, nada de nada, y el caso es que reconociendo esa ignorancia real o supuesta (las dos igual de malas), ahí sigue, si bien con la media sonrisa algo congelada. Y rodeado de gente que sigue despreciando no sólo lo público, sino a los ciudadanos que claman contra su paulatino desmantelamiento. No, no le gustan los dramas a Bonilla, pero los crea.