Boda y obscenidad
Nada de verdadero valor se puede comprar con dinero, y lo que menos, tal vez, el buen gusto. Ahí tenemos a Jeff Bezos, el propietario de Amazon, uno de los tipos más forrados del mundo, demostrando hasta qué punto no se puede. Cualquier boda, con lo que son las bodas en punto a excesos y a defectos eti-estéticos, es menos hortera que la que el tal Bezos se ha montado para casarse en Venecia, la ciudad que durante unos días creía haber comprado y que lamentablemente, en efecto, había comprado.
Las ciudades, incluso las de tan alto valor histórico y simbólico como Venecia, pueden, por lo visto, comprarse desde que triunfó la revolución de los ricos, si bien éstos dejan distraerse en ellas a las manadas de turistas cuando no las usan para sus cosas de ricos. Pero el amo ha estado en Venecia casándose estos días, ofreciendo al mundo el más obsceno espectáculo de derroche a menos de cuatro horas de avión de la hambrienta y martirizada Gaza, un espectáculo siniestro de mujeres recauchutadas y hombres avarientos, de relojes que no dan la hora por menos de cien mil euros, de jets privados, hasta noventa, empercudiendo el aire, y de una miríada de lanchas motoras empercudiendo el agua.
Cincuenta millones de dólares le ha costado el aquelarre a Bezos, y a Venecia, su dignidad. Asiéndose a ésta desesperadamente, unos pocos venecianos que en lo personal no la han perdido han expresado su repudio en protestas y manifestaciones contra el bodorrio choni bañado en oro, pero la policía, los carabinieri y la legión de guardaespaldas que llevaban los invitados, los han mantenido a raya, como si fueran invasores u okupas de su propia ciudad. Y para rematar, lo más soez que nunca falta en las cuchipandas dinerarias: el limosneo, la caridad. Unas pocas perras para oenegés y esas cosas, las sobras del festín.
Puede, aunque no lo creo, que algo de verdadero valor pueda comprarse, pero no, desde luego, el buen gusto. Ni el decoro moral. La falta de ambas cosas, sin embargo, crea y alimenta la ostentación. Pobre Venecia.