Opinión

La hucha de los abuelicos

Cuando en el seno de una familia se rompe la hucha de los niños es que algo anda mal y, o bien han venido unos gastos imprevistos a los que hay que hacer frente, o es que alguien se ha quedado en el paro. Cuando en un Estado se echa mano de la hucha de las pensiones es que algo no va bien, porque ese fondo se acordó para evitar que, en un momento de aguda crisis, se evitara que el pensionista no pudiera recibir la magra escuálida paga que le sirve para subsistir. El gobierno de Rajoy ha tenido el mérito de sacarnos de una crisis que no quiso reconocer un insensato optimista llamado Zapatero, que creía que el dinero, como el agua, cae del cielo, y el defecto de no haber aprovechado la ocasión extrema para dar un golpe de tuerca, y achicar las diputaciones -ni siquiera hablo de suprimirlas- poner coto al despilfarro autonómico, y abanderar algún ahorro como la tímida supresión de empresas públicas, absolutamente innecesarias. No se atrevió, no quiso, se acobardó o lo que fuera y, también, como defecto, se endeudó hasta límites rayanos en la insensatez (¿el 100% del PIB?) mientras Montoro miraba debajo de las baldosas para conseguir más dinero con el que seguir dando largas al déficit de unas autonomías que ni han suprimido un defensor del pueblo, ni han cerrado una televisión autonómica, excepto Valencia, obra de la mala máquina de estirar de unos sindicatos, acostumbrados a ganarles todos los pulsos al poder político.

Claros y sombras, como en cualquier actuación humana, pero los hombres de negro van a venir, cualquiera que sea el gobierno que se forme, y nos vamos a enterar. Gracias a Rajoy no estamos como Grecia, pero gracias a Rajoy casi volvemos a estar en el punto de partida, y con el feo gesto de romper la hucha de los abuelicos.

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