Un criminal: Netanyahu
No sólo progresan las ciencias digitales, sino que la crueldad en los asesinatos avanza hasta dejarnos asombrados. Lo de castigar a un grupo de seres humanos sin comida y, cuando están hambrientos, anunciarles que han llegado alimentos para repartir y, después, al acercarse desesperados para conseguir un plato de sopa o un trozo de pan, disparar sobre hombres, niños y mujeres hambrientos, es una modalidad refinada que podría haber sido recogida en la Historia Universal de la Infamia, de Jorge Luis Borges.
Pero se trata de unos asesinatos colectivos tan feroces, tan truculentamente perversos, que Borges, ni en 1934, ni veinte años después, en 1954, donde añadió más casos de salvajismo criminal, pudo agregar esta modalidad a la conocida colección de relatos. Podría parecer que los asesinatos son misericordiosos y que, en el fondo, se trata de aliviar las penas de los hambrientos, con unas muertes más rápidas, pero es que la mayoría no mueren, sino que son heridos y, al hambre, suman el dolor y la falta de medios para curar esas heridas, con lo que el periodo de agonía se alarga hacia un final cierto, donde todas las horas son atroces.
Antes de estos méritos indudables y, sin parangón, ni siquiera en los campos de concentración nazis, el popular y refinado asesino, Netanyahu, ya fue reconocido, el pasado año, por la Corte Penal Internacional, que lo condenó por crímenes de guerra. Pero su estimación como cruel asesino ha ascendido varios peldaños, porque contemplar cómo un niño, tan flaco que apenas puede arrastrarse, se acerca a un camión y, cuando sus brazos de hueso y una leve capa de piel, se alzan hacia un trozo de comida, cae herido de un disparo, verlo es de una monstruosidad tan salvaje que convierte a Netanyahu en un candidato seguro al podio de los torturadores más monstruosos.
Y hay otro mérito más: el criminal Netanyahu está logrando un incremento del antisemitismo, como hacía tiempo que no se advertía, puesto que, al fin y al cabo, el atroz asesino representa al estado de Israel. Son los judíos los que deberían estar más interesados que nadie en neutralizar al monstruo.