Opinión

La vulgarización del populismo

Al parecer, según opinan algunos politólogos, Europa en masa está degenerando y volviéndose populista.

En vez de la vida doméstica, gusta de la calle (quizás le han hipotecado la casa).

En vez del trabajo, el estudio y el recogimiento, prefiere la algarada (quizás está en paro o en algo que se le parece mucho).

En vez del balido borreguil, opta por el grito.

Cuando de la noche a la mañana (y viceversa), se le dice machaconamente al ciudadano que "no hay alternativa", este se asusta, se abruma y se pone nervioso (como un animal enjaulado que antes era libre).

Cuando se le dice, con especial insistencia, "esto son lentejas", se doblega como esclavo o se pone de pie como rebelde.

Cuando se le anuncia, por altos teóricos, que "la historia ha terminado" porque ya "no hay alternativa", y que las hojas del calendario ya no caerán, congeladas en su invierno perfecto (como en un nuevo Chernóbil), o que las taquillas de la "sociedad abierta" han cerrado por falta de billetes, él, que pretendía hacer un viaje desde el paro y la nada hacía algún destino mejor, nota que se le nubla la vista.

O que se le ilumina, porque bajo este fenómeno social (mal llamado populismo) lleno de inflación nominal y huero de contenido concreto, se pretende ocultar y confundir muchas realidades desiguales, y muchas verdades incómodas.

¿Populismo?

¿O será la rebelión de las masas que explicó Ortega?

¿Y por qué no pensar que la "masa" esta incrustada en el poder, como la grasa en la sartén por el mango, que es allí arriba, en el Olimpo, donde crece la celulitis, y creen tener todos los privilegios, pero ninguna obligación, de las que se legisla para el común de los mortales?

Pero pensar de este modo es "populista", como mencionar la bicha en casa del encantador de serpientes, o la soga en casa del ahorcado.
Como lo es creer que sí hay alternativa... que sí se puede... disentir.

Que el calendario no se ha detenido ni la historia se ha cerrado por orden de la superioridad que abolió, en pleno invierno, la primavera.

Según nos cuentan y nosotros hemos de creer, ingentes masas de ciudadanos (obreros, profesores, artistas, sanitarios, abogados y economistas...) de un continente culto, libre y desarrollado, han caído de la noche a la mañana bajo el encanto del flautista de Hamelin, y como si fueran persas del sátrapa Darío, seducidos caminan obedientes y en fila India hacia el abismo fatal, tal que niños, como si hubieran nacido ayer y estrenado babero con el alba.

Una suerte de hipnotismo, que no procede de la TV oficial (ya es raro), ha amalgamado las individualidades más cultivadas en masa ciega y amorfa, preparada para ser cocinada por un líder carismático, que se hará con ella unos buñuelos tiernos para zampársela en cuanto se descuiden.

Esta es la honda interpretación histórica de los tiempos que corren.

Los habitantes de Europa se levantaron una mañana, y entre derby de fútbol y ración de telebasura, se dijeron: vamos a hacernos todos populistas, que mola.

O si se prefiere: vamos a hacernos todos antisistema, que es lo que se lleva este fin de temporada y de precios por los suelos.

El populismo ha venido y nadie sabe cómo ha sido, pero seguro que viene de Venezuela como los niños de París.

Ocurre que este guion tan redondo, que de manera tan fácil describe los hechos, sólo puede haberlo escrito alguien con las neuronas un tanto perezosas (y no ha sido Walt Disney), y de su sólida sencillez sin fisuras sólo cabe esperar una película mala: la que nos quieren contar. Una de buenos y malos.

¿Dónde ha quedado aquella proverbial capacidad de análisis del continente que en sus lares más soleados, alimentó con rústicos higos la mente de Sócrates? ¿Dónde la civilización que parió, contra el invierno dogmático, la duda metódica al calor de una estufa?

Se echa de menos algo de finura, aunque sea una humilde veta de matiz, en chocolate tan espeso.

¿No se dan cuenta que hoy se dice, alegre e indiscriminadamente, lo de "populistas", como no hace tanto se decía, groseramente, lo de "rojos"?

¿Acabaremos creando de nuevo el comité de actividades antiamericanas y la caza de brujas, entendiendo por "América" el imperio global de los ciegos, los apaleados contentos, y los mudos solemnes?

Se echa de menos un cierto alejamiento para observar, una perspectiva más amplia de la mirada, un poco de hambre de explicaciones y menos hartazgo de soluciones previstas, menos seguridades y más dudas. Las explicaciones sencillas suelen hacerse con el estómago lleno y la cuenta corriente a rebosar (o en un paraíso fiscal). Pero esas explicaciones sólo sirven para quien así de alegre y despreocupado camina por el mundo.

La televisión y la prensa confiscada por el dinero han hecho estragos, y cualquier amago de autocrítica no sale en la foto, como los disciplinados militantes del Guerra, que recitaban al unísono mirando sonrientes a la cámara: "patata".

Un líder populista es (según la versión oficial) alguien que puede fabricarse por docenas y en serie, y que han brotado como hongos sobre el terreno fértil del aburrimiento. La gente se aburría, y el tedio es lo que tiene.

El paro, por ejemplo, es algo que aburre cantidad. O que te confisque la casa un banco cuyos desmanes y latrocinios se han tapado con el dinero de tus impuestos, tampoco es divertido. Pero lo que más aburre es intuir que no tienes futuro ni pensión, seas de los que han logrado un curro o de los que no han tenido esa suerte. Que no son pocos, y lo mismo da, porque el trabajo-basura no te saca de pobre, de la misma manera que al esclavo no le concede la libertad. Que en ese punto se detuvo la historia: en un Mac Donald laboral donde la gente se hace picadillo por un bistec de mísera bazofia.

Pero es que además los líderes populistas son intercambiables. Se hace con ellos un "Sfumato”, y así la vista se distrae y el concepto se consolida.

La última consigna de la prensa "libre" es nombrar siempre -negro sobre blanco- a Pablo Iglesias (y con él a todo lo que representa) al lado de algún líder fascista, xenófobo, racista y de ultraderecha, como si fueran hermanos siameses pegados por la rabadilla congénitamente. Aunque no peguen ni con cola de contacto.

Así se le ve últimamente figurar, con especial insistencia y método, al lado de Marine Le Pen o de Donald Trump, como si fueran de la misma piel del diablo, o compartieran un mismo abrigo ideológico.

Y esto sin mayores escrúpulos, ni notas explicativas a pie de página.

Para que entrar en detalles si el pueblo, como los topos, sólo puede ver y discernir a grandes rasgos.

No lo he visto asociado, todavía, en contubernio místico y trascendental con el Papa Francisco, pero todo se andará, porque los que mandan, en la tierra como en el cielo, a este Papa no lo tragan.

"Más Europa", se dice. Y deprisa, deprisa, deprisa, que apenas nos queda tiempo para que el enfermo (anestesiado) despierte.

Pero el problema de "esta Europa" está detrás, al principio, en sus orígenes, y esta enquistado, no sirve correr. Radica en haber dado un rango canónico, fundacional y dogmático, a la "libertad" de fabricar, comprar, y vender esclavos.

La desregulación de los mercados ha desregulado la democracia que, sujeta a la ley de la oferta y la demanda, cada día se define de una manera distinta, y cada día cambia de precio.

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