Opinión

Siempre nos quedará la duda

Más allá de la incertidumbre y el limbo en que se mueve y flota nuestro dinero piroclástico, siempre nos quedará la duda de si las criptomonedas de los cleptómanos virtuales (bitcoin, zerocoin, cloakcoin, dash...) que con sus ransomvirus piden hoy el rescate de sus secuestros malévolos, pertenecen al ámbito legítimo de la desregulación y de las fuerzas vivas del mercado, o son la versión 3.0 del bandolerismo de Sierra Morena.

Dicho esto sin tener nada claro si legitimidad y desregulación son entre si conceptos compatibles, o si el capitalismo salvaje hoy reivindicado es efectivamente una nueva forma de bandolerismo en que la economía más moderna hace síntesis con el casticismo armado de trabuco.

Quizás una pista esté en Esperanza Aguirre, símbolo y metáfora de tantas cosas, que es al mismo tiempo neoliberal ultra y castiza retro.

En cualquier caso, ya el hecho de que se hable de las "fuerzas" del mercado, y no de las "ideas" o de la inteligencia del mercado, nos debe orientar sobre la naturaleza de la cuestión y orientar también sobre su posible respuesta.

En este caso el lenguaje es significativo.

Al optar nuestra economía y nuestra política -que ya es sólo económica- por el término "fuerzas" en contraposición al concepto "ideas", nos están descubriendo, los promotores de esas fuerzas ciegas del mercado, su firme decisión de descender unos cuantos peldaños en la escala evolutiva, para imitar sin complejos ni falsos pudores la naturaleza selvática de la selva, y recuperar para bien o para mal, pero sobre todo para mal, aquellos periodos de la tierra primitiva en que la vida inteligente aún no había aparecido, y el único motor de todo devenir era la fuerza bruta.

En automático, sin reflexión, por las bravas.

El interrogante que el reciente ciberataque planetario nos plantea, recae en el carácter legítimo (o no) de la desregulación, y consecuentemente también de la desregulación de la ilegitimidad, o de la ilegalidad a secas, y si todo este trabalenguas ético y jurídico es indicativo y sintomático de algún lío mental en que nos hayamos metido sin darnos cuenta.

Casi como aquel que encontrándose en un parque temático sobre paraísos fiscales, comiéndose un helado de vainilla, se pone a caminar, y así a lo tonto, a lo tonto, de palmera en palmera paradisiaca, se encuentra de repente en lo más profundo de la selva oscura de Borneo, sin brújula, sin machete, y rodeado de fieras.

Que una cosa es la teoría y otra la práctica; una cosa un parque temático, y otra cosa muy distinta una tropa de alimañas y fieras desatadas, en su ambiente y en su salsa, dentellada va dentellada viene.

O encriptación va y secuestro viene. O privatización va y saqueo viene. O recorte va y reforma no la esperes.

En todo caso, resulta paradójico y sorprendente que una de nuestras empresas más selváticas, Telefónica, buque insignia o pirata de la desregulación más descocada y cruel, no tuviera sus ordenadores protegidos contra los ataques de esa selva que explota, cultiva, y predica.

Pero es que son así: primero se ponen selváticos para arrasar con todo, más suyos y libertarios que una serpiente pitón, y luego si las cosas vienen mal dadas y se les atraganta el desayuno, piden el rescate a la cosa pública.

Inconsecuentes son un rato. O tramposos, que es otra forma de decirlo.

¿Y qué decir de Uber?

¿Nos aclaramos o no?

¿Selva o civilización?

Que si al menos fuera la selva original de lujuriosa fotosíntesis, podríamos decir que estamos combatiendo el cambio climático, pero es que cada vez más nuestra civilización parece una mala copia de aquella selva primera, un aborto monstruoso de aquel equilibrio.

Al parecer la herramienta (o arma) utilizada por los bandoleros digitales del presente ciberataque global, fue diseñada y creada por la NSA (espionaje made in USA) para espiarnos a todos.

He ahí el punto en que la libertad selvática adopta el rostro de la tiranía, y el Gran Hermano a través de su único ojo, nos predica que somos libres.

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