Servidumbre y libertad

¿Había libertad en el salvaje oeste?

Depende. Los indios acabaron en reservas indias, lo mismo que los palestinos han acabado en guetos.

Dicen que Israel es el representante de la libertad en aquellas tierras. Quizás, pero es una libertad muy rara que se sostiene en la esclavitud de los otros.

Vaticino que nosotros (no todos por supuesto) acabaremos también en reservas, más o menos indias (tampoco eran indios los descubiertos por Colón), administradas, eso sí, por inteligencia artificial, el instrumento más avanzado de la libertad "libertaria" al servicio de un grupo de plutócratas fascistas aliados con tecnoligarcas. Trump y sus aliados tecno bros ya han patentado el modelo.

Finiquitado el Estado de todos, el Estado democrático, malvendido a los poseedores de la pasta, se impondrá la reserva india, o el laboratorio de observación y manipulación de sujetos.

Nuestros amos, aunque tangibles y de carne y hueso, serán aforados, o sea, impunes, eje legitimador de un nuevo feudalismo tecno-financiero.

De hecho y sobre todo en España ya lo son.

Serán visibles pero intocables.

Que sean aforados no solo significa que estarán fuera del alcance de la justicia, sino también fuera de la reserva, observándonos con curiosidad por una mirilla, como a conejillos de indias o en una suerte de turismo antropológico muy propio de una posmodernidad decididamente tecnoautoritaria.

Todavía en nuestros días, en las postrimerías de la libertad, antes de que nuestro Trump de aquí llegue con la censura y el cetro de la mano, un buen artículo de prensa se convierte a veces en la biopsia (o autopsia) de nuestros engranajes y tripas. Se abstiene de perífrasis o utiliza solo las justas, y va directamente al núcleo de la célula para saber si está viva, muerta, o en proceso de malignización descontrolada.

Siempre es posible en el panorama diario de nuestra prensa encontrar algún artículo así. Por ejemplo el publicado por Marta Peirano en El País el 3 de noviembre de 2025 con el título "El salvaje oeste es esto". O también el publicado este 12 de noviembre de 2025 por Thiago Ferrer en el mismo medio y que se titula "Pedro Sánchez, John Snow y el agua emponzoñada”.

Describir las cosas como son a veces solo implica nombrar su nombre. Al nombrarlas se describe su naturaleza más íntima. Existe en estos casos una correlación directa entre el nombre y su sustancia.

Otras veces, y especialmente en nuestro tiempo, tiempo de espejismos y engaños, los conceptos consensuados, política y académicamente por todos, como libertad, democracia, y similares, de significado aparentemente unívoco, se vuelven de repente equívocos, difusos, o incluso se invierten, pasando a significar lo contrario. La desregulación neoliberal también afecta al lenguaje. Cosa que ya adivinó José Mujica, el muy estimado expresidente uruguayo, ya fallecido, cuando dijo aquello de: "El término ‘populista’ sirve hoy para un barrido y para un fregado. Es como el cuartito del fondo al que echamos todo lo que no nos gusta o ya no usamos. Y lo amontonamos ahí y lo llamamos ‘populismo’. Si tratar de favorecer a los más débiles y buscar un poco de equidad es ser populista, pues sí: yo también soy populista; no tenga duda".

También dijo Mujica (precisamente contra la desregulación salvaje del salvaje oeste): "Hemos desatado una civilización que camina por sí sola y no tiene conducción: la maneja el mercado, el negocio. El mundo entero necesita acuerdos de carácter mundial. Los grandes problemas necesitan reglas que se cumplan en todas partes. ¡Y no tiene vuelta! Necesitamos acuerdos globales contra la pobreza, contra el cambio climático, contra la inmigración… Si no, esto no lo arregla nadie”.

Sin embargo los mandamases del nuevo modelo "libertario" no quieren acuerdos ni reglas, quieren imposición y un libre ejercicio de la violencia.

Pero volvamos a la manipulación, vía desregulación, del lenguaje.

Por ejemplo, hoy día los mayores partidarios de los autócratas y del poder autoritario, son aquellos a los que no se les cae nunca de la boca la palabra libertad, que añoran a Mussolini o Franco, o incluso a Hitler, y que se llaman a sí mismos "libertarios". Creen, sin complejos, en reyes impunes y en "hombres fuertes" que se invisten de majestad megalomaniaca y ritos de servidumbre (vía chantaje y extorsión) a modo de metáfora comprensible por todos.

Se me viene a la mente como ejemplo de este caso de impostura Isabel Díaz Ayuso, la "libertaria", que quiso a su modo recuperar el derecho de pernada en nuestro país cuando sostuvo que no todos los españoles somos, ni podemos ser, iguales ante la Ley, empezando por el rey emérito, que tiene “derecho”, según su criterio “libertario”, a ser corrupto y robar, por una suerte de majestad y potestad de origen divino que no requiere mayor explicación, pues deriva directamente del "ordeno y mando" de Dios.

Lo cual encaja como un guante con lo dicho recientemente por Steve Bannon (de la misma barra que Ayuso), en el sentido de que Trump es un instrumento de la "divina providencia".

Como dicen algunos, quizás prematuramente entusiasmados, vuelve la divinidad.

He ahí todo un circuito completado para la inversión del concepto original, en este caso "libertad", operación fraudulenta de objetivos amplios que se fragua a una y otra orilla del Atlántico, de manera que la palabra "libertad" sea el señuelo del fascismo.

En cuanto al mal uso de la divinidad y lo trascendente para fines espurios como imponer el derecho de pernada, el fascismo o la plutocracia, no merece la pena decir nada. Es demasiado burdo.

Para entender algo trascendente sobre la trascendencia no hay que escuchar a Ayuso o a Steve Bannon -sobra decirlo- sino a Juan Sebastián Bach (método que ya aconsejaba Salvador Paniker), o también vale adentrarse en la naturaleza y contemplar. Contemplar y asombrarse, más que intervenir y manipular. 

A estas alturas de la Historia, que no se detuvo sino que decididamente se acelera, ya todos sabemos que desregulación neoliberal y fraude vienen a ser la misma cosa, aunque algunos sigan llamando "crisis" a la "estafa" financiera de 2008.

Lo ocurrido con el Sareb (el llamado "banco malo") demuestra que seguimos en lo mismo de entonces: en hacer pagar a los que menos tienen la factura, las alegrías, y las desregulaciones "libertarias" de los superricos metidos a delincuentes.

Y esta desregulación a favor del fraude se cumple hablemos de economía, de filología, o de epistemología. Va en el mismo paquete y surge del mismo engaño: la servidumbre que se disfraza de libertad y la irracionalidad que se disfraza de rebeldía.

"De la estupidez a la locura", tituló con indudable acierto uno de sus libros premonitorios Umberto Eco.

O sea, el salvaje oeste.