Opinión

Salvar al soldado Rajoy

El soldado Rajoy se había quedado atrapado entre horizontes penales y colegas que sabían demasiado, es decir, en las líneas enemigas de los amiguitos del alma.

Presa del pasmo, se le veía un pelín dubitativo y parado, recalcitrante a la acción positiva y eficaz, incapaz de coordinar la verdad metafísica de su conciencia con la función mecánica de sus piernas, que ya no sentía, como aquel otro héroe del Vietnam, de escasas luces que llamaban Rambo.

Como un centauro cuyas medias verdades y mentiras enteras, no se hubieran resuelto del todo en pezuña firme y sólida para empezar a correr lejos de la justicia, boqueaba pidiendo ayuda y unos fórceps compasivos para completar su extraña y compleja metamorfosis: transitar de la pena como destino seguro al indulto garantizado como premio al delito.

Y aunque en esta guerra el sólo era un peón, para la victoria final -cuya recompensa es poder trincar a gusto y sin medida- el soldado Rajoy era una pieza clave.

Así que se organizó un comando experto en golpes de mano para salvar al soldado Rajoy, al mando de un sargento chusquero que en otros tiempos fue altivo general (en el argot de la milicia se entiende por "sargento chusquero" aquel que por un chusco de pan es capaz de cualquier cosa).

Dentro de la estrategia psicológica que acompaña a toda guerra total, era imprescindible convertir al soldado Rajoy en un símbolo, no de la impunidad triunfante, que esto no está bien visto aún del todo en nuestro país, sino de la España sufriente y doliente, de la nación en peligro, último argumento de los que no tienen ninguno.

Salvar al soldado Rajoy era salvar a España -porque lo digo yo-, aunque se hundan los españoles todos. Que el concepto "España" no necesita de españoles vivos. Y viva la muerte, como diría el otro.

¡Iros a Génova! gritaban los últimos de Filipinas.

¡Ya vendrán otros para repoblar el cuarto de esclavos! respondían los amos.

Y cuando aquel comando intrépido llego hasta su objetivo -no sin pasar antes mucha vergüenza y fatiga- el soldado Rajoy, puestos los pies a remojo en una ría gallega y ciego hasta las cejas de marisco del bueno, les saludo muy cortésmente:

¡Hola camaradas!

¡Si gustáis, el banquete está servido!

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