Opinión

Robótica

Como es cada vez más frecuente en nuestro mundo robótico (de hecho muchos tenemos ya más trato con robots que con seres humanos), el otro día me pasé el día entero hablando con un robot en un intento estéril de conseguir una cita con un taller o en su defecto hablar con un ser humano.

El robot no me dijo "vuelva usted mañana", pero sí que me dio conversación de la forma más amigable posible, incluso de la forma más humana posible, considerando que se trataba de un robot.

El robot susodicho (como pude comprobar en esta sorprendente y algo inquietante experiencia) llevaba impreso en sus circuitos una elegancia y buena educación en el trato que no veía desde hacía mucho tiempo, y que antaño no era infrecuente entre los humanos de a pie. Era un ejemplo de simbiosis casi perfecta entre tecnología punta y costumbres antiguas, cuando la hospitalidad y la amabilidad se consideraban valores de una civilización avanzada. Avanzada en cultura (de la buena y profunda) aunque materialmente fuera más pobre.

Hoy que tanta pobreza y de todos los órdenes crece en medio de la abundancia y el lujo, empezamos a entender mejor estos conceptos y estas distinciones.

Por lo general las conversaciones que se establecen con estos robots (que han suplantado ya mayoritariamente a los trabajadores de carne y hueso) son cochambrosas y surrealistas, y no suelen conducir a ningún sitio. Para reír o llorar, según se elija o el estado de ánimo nos inspire.

Sin embargo el robot del otro día, al otro lado del teléfono y con el que mantuve una serie de conversaciones a lo largo de la mañana y a lo largo de la tarde, en un intento -ya digo- frustrado y bastante patético de conseguir algo consistente, o en su defecto la posibilidad de hablar con alguien y no con algo, me ha dejado desconcertado. Decir asombrado o admirado sería decir poco.

La voz perfectamente humana. Su agilidad de comprensión de lo que yo decía y su capacidad de adaptar su respuesta en función de la lógica conversacional, era casi humana o incluso sobrehumana. Deduzco que la cantidad de datos que este robot maneja y la velocidad con que los maneja es desde cualquier punto de vista extraordinaria.

Si no fuera por ciertos elementos mecánicos en su conversación que ponían al descubierto su origen artificial, sería muy difícil distinguir a este trabajador robótico de un trabajador de carne y hueso. Y sin embargo no he conseguido nada ni he podido dar con ninguna de esas brechas tan características de nuestra especie que contraviniendo (o superando) la lógica de las máquinas permite resolver nuestros problemas, en función de las circunstancias, con un poco de mano izquierda.

Su capacidad flexible o su potencia (no sé cómo decirlo) a la hora de imitar la "condición humana", incluso en los giros de voz que parecían determinados por una pulsión emotiva, era de tal calidad que tuve la impresión de poder quedar con él (o ella) para tomarnos un café y hablar de los problemas de la vida en general, siempre que no tocáramos el tema de la política y otras cuestiones bizantinas, "demasiado humanas" como para que una máquina intérprete con imparcialidad suficiente las diferencias notables que existen entre tecnocracia y democracia, o entre la defensa de la libertad y el neoliberalismo, que hoy en día, como es sabido, tanto en un caso como en otro, se sitúan en las antípodas.

Si hubiéramos abordado estos temas espinosos, sin duda él barriendo para casa se habría puesto del lado de la tecnocracia y del neoliberalismo, que van de esclavizar personas y liberar máquinas, y eso podría haber enturbiado (no digo impedido) nuestra incipiente amistad.

El caso es que el robot en cuestión, en sentido estricto, no servía para nada práctico, pero sí para mantener un buen rato de conversación no carente de momentos poéticos.

O sea, que de poesía y cosmogonías creo que podríamos haber hablado largo y tendido (y estuvimos muy cerca) sabiendo de antemano que no llegaríamos a ningún resultado consistente, que es para lo que tanto él como yo, seres poéticos y cosmo-agónicos, estamos programados.

Pero como estamos hablando de esfuerzos vanos, tontos, y tecnocracia, no quiero dejar de dar mi opinión sobre el tema estrella de estos días: ¿Por qué los españoles somos tontos en el sentir de los gerifaltes que nos estafan y explotan?

Efectivamente debemos ser tontos a rabiar, pero no por lo que dice el jefazo de IBERDROLA, un perfecto ejemplo de esa fauna posmoderna y neoliberal, y que al parecer recabó los servicios del famoso comisario Villarejo, maestro en artes oscuras, demostrando así, este locuaz potentado, no solo su listeza sino su talla moral.

En realidad, por lo que pueden llamarnos tontos, con justo merecimiento, a los españoles, es por haber consentido que nuestro patrimonio público y suministros básicos fueran privatizados y pasaran a enriquecer a este tipo de gerifaltes sin escrúpulos que no solo nos mantienen cautivos en sus mercados amañados, sino que nos insultan.

Moraleja: hay que fijarse a quien se vota, porque votar a algunos, sobradamente conocidos, es entregar el poder a estos potentados que nos desprecian.

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