Opinión

Régimen de pandereta

Un periodista entra en un consulado en Turquía y el régimen saudí (teocracia criminal, amiga de nuestra monarquía y socio preferente de nuestros negocios de armas) le tortura, lo mutila en vida y lo descuartiza, con una falta de escrúpulos y una ausencia de reparos, que nos informan claramente del mundo que habitamos.

Y nuestros prohombres de Europa, que dicen representarnos y ser un ejemplo ante el mundo de civilización y democracia, dudan y calculan (calculadora en mano) quién de ellos vende más o menos armas a esa tiranía criminal, y como y en qué medida se resentirían los negocios nuestros o de cada uno, caso de poner en práctica el decálogo ético que decimos defender. Y digo decálogo por ajustarme a la tradición judeo-cristiana, pero podría remitirme también a la tradición (porque ya es tradición también) ilustrada que sostiene nuestro mundo civil.

Sobre todo, parece objetivarse con este estado de cosas que ya hiede nuestro retroceso civilizatorio y el de nuestro humanismo, ante el auge desaforado del mercado que se ha adueñado de nuestro mundo (físico, político y mental) y va arruinando poco a poco nuestra cultura y dejando en paños menores nuestra ética. De democracia, mejor no hablar.

Hubo un tiempo en que nuestra cultura más propia y sobresaliente se conservó y se puso a salvo en los escritorios de los monjes. ¿Necesitaremos nuevos refugios, nuevos escritorios, nuevos monjes? 

La barbarie tiene muchas caras. Algunas de ellas muy bellas y bien perfumadas. El dinero las adereza.

Conviene no dejarse confundir con la apariencia y el brillo de la moderna posmodernidad mercantil.

Ya no existe más ética que la ética del mercado, basada en el cálculo del beneficio y ciega ante los medios para maximizar esos beneficios. Nuestras tragaderas son cada vez más laxas y en las últimas dos décadas han alcanzado un tamaño desorbitado y monstruoso, XL. El problema está en ir tragando. Ir tragando intoxica, y el metabolismo se altera. Al final el estupor sobreviene.

Nuestro régimen (de aquí), que no es democrático, digan lo que digan, sino en un porcentaje más bien humilde y mezquino, es el resultado de unas tragaderas muy amplias y de un cuello demasiado dócil y obediente.

Comulgamos con ruedas de molino como si nuestro gaznate no tuviera fondo. Miramos para otro lado (para no ver) con tanta asiduidad e indiferencia, que la tortícolis nos define el cuerpo y anquilosa el alma, y es casi un rasgo del protocolo oficial a la altura del besamanos. Altura reclinatoria, claro.

Cuando ciertos jueces cobran de la patronal bancaria (aunque sea por dar clases) ocurren estas cosas del Supremo y las hipotecas. Los intereses se cruzan y la justicia se tuerce.

Cuando nuestra ética hace aguas por tantos flancos, se entiende nuestra respuesta (miserable) al asesinato de Khashoggi, la punta del iceberg de tantos crímenes cómo quedan en la sombra. 

Esa sombra que es la matriz de nuestros negocios más rimbombantes. 

Acabaremos gritando: 

¡Viva la monarquía! ¡Viva la teocracia! ¡Viva el medievo! ¡Viva los negocios!

Hasta hace poco proclamábamos:

¡Libertad! ¡Igualdad! ¡Fraternidad!

Tiempos difíciles.

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