Pueblo soberano
Un pueblo soberano, como es el español, y en en un contexto que se pretende democrático, se merece ya un referéndum sobre el dilema monarquía o república. Se trata de aceptar que el pueblo español, además de soberano es adulto y puede decidir libremente sobre temas de este calado.
Ya sabemos por declaraciones grabadas a Adolfo Suárez, que la monarquía se reintrodujo en nuestro país por la puerta de atrás y con trampa, como coletilla superviviente de la muerte orgánica y en la cama del franquismo.
No creo necesario exponer aquí los aspectos retrógrados o incluso medievales que arrastra consigo la institución monárquica. Los símbolos como todos sabemos no son inocentes y este tampoco.
Se trata de cristalizar en un símbolo intocable, casi sagrado, pero costoso, poco utilitario y nada laico, la prepotencia de origen divino, la desigualdad hereditaria, y el privilegio de sangre. No creo que nada de esto sea beneficioso para el progreso espiritual de nuestra especie.
Luego ocurre, como ocurrió con el rey demérito, que el símbolo salta de la peana y tiene efectos reales, tóxicos como era de suponer, y vemos por ejemplo que se reinstaura el derecho de pernada como metáfora entendible por todos, la mentira y la corte servil, o incluso la impunidad del monarca ante el delito que comete. Desigualdad ante la Ley. O sea puro medievo.
Esa impunidad para el delito tiende a hacerse extensiva a los más próximos, o incluso un poco más allá, a los más serviles, aquellos oportunistas siempre lacayos del poder que se benefician de este juego inclinando protocolariamente la espalda y poniendo la mano. Un gesto cuyo rastro se puede seguir evolutivamente (o involutivamente) hacia sus orígenes ancestrales entre los monos antropoides.
No niego que Felipe VI quizás (y solo quizás) sea un poco mejor que su padre, y libremente y aportando sus méritos propios pueda presentarse como candidato a presidente de la República para refrendar con el voto soberano del pueblo la legitimidad de su ejercicio. Pero el problema es que de momento sigue siendo Felipe VI, y su actual cargo es heredado y no electo, lo cual le resta calidad democrática.
Desde la honestidad que se le supone debería haber rechazado esa herencia y ese cargo, de la misma manera que rechazó cuando no tuvo más remedio pues todo se supo (él ya lo sabía de mucho antes), la herencia derivada de los chanchullos económicos de su padre.
Para acabar este artículo quiero volver a recomendar la lectura de "El discurso de la servidumbre voluntaria", de Étienne de la Boétie, el amigo de Montaigne, uno de tantos textos clásicos que nos previenen contra la deshumanizadora servidumbre.