Opinión

Hacia la playa tropical

De vez en cuando, o de tarde en tarde, algunos habitantes del interior nos acercamos a las costas españolas. Vamos allí como de peregrinación. Somos una península y disponemos de varios mares, todo un privilegio. Y es que España es rica y variada en paisajes (y paisanajes).

Vamos al encuentro de ese ser tremendo, antiguo, e indefinible (como no sea en lenguaje poético) que es el mar.

En nuestra memoria se van acumulando las experiencias pasadas, los rumores, los colores y olores, las brisas, amaneceres o crepúsculos, que ese contacto con un paisaje tan distinto al nuestro nos depara. Y son esos recuerdos atesorados lo que quizás más nos anima a renovar la experiencia.

También huimos (o lo intentamos) de un calor que nos agobia, muy seco en nuestra zona de residencia, quizás solo para encontrarnos con un calor más húmedo.

Pero allí es distinto porque al alcance de la mano (o de los pies) está el mar.

Este año hemos acudido a una playa interminable de nuestro mar Mediterráneo, en lo que se llama la "Costa Blanca", en la que el mar y las dunas, los marjales y la montaña, forman un síntesis. Una playa tan larga y de arena tan fina que es una tentación caminarla descalzos de un extremo a otro, aunque sea completando etapas, en direcciones opuestas y en días distintos.

Los que acostumbramos a caminar largo y tendido en secano, y nos bebemos los kilómetros con sumo placer y de momento (y tocamos madera) sin excesivo esfuerzo, llegados a ese nuevo paisaje marítimo reincidimos en una de nuestras costumbres más gratas, pero esta vez pisando con nuestros pies descalzos la arena húmeda y fresca, o chapoteando levemente en el extremo ya manso de las olas.

Y así, de esta manera tan antigua, hacemos kilómetros por la playa observando en primer lugar que otros (y no pocos) hacen lo mismo que nosotros: caminar (cada uno a su ritmo) por la orilla del mar.

Sin duda este paseo y está caminata, descalzos y con la poca ropa de playa, es placer que atrae a muchos. Además es un paseo, en determinadas horas del día, contemplativo y observador del paisanaje que acude a nuestras costas, de sus diferentes orígenes, lenguas, actitudes, muy determinadas estas por la edad o el estado de salud, o simplemente por el estado de ánimo.

En otras ocasiones, cuando decidimos caminar amaneciendo o ya anocheciendo, la soledad (o casi) toma protagonismo, y encontramos a muy pocos y muy distintos de los que solemos encontrar en las horas más concurridas.

Anocheciendo encontraremos a los pescadores, locales pero también de fuera, manejando o vigilando sus cañas. Y al amanecer veremos, seguramente, a algunos madrugadores que practican la carrera.

Frecuente es encontrar también en esas primeras horas, contemplando la salida del sol, a quien o quienes quizás han dormido en la playa, y a otros que parece que meditan según algún saber oriental, o que adoptan las elásticas posturas del yoga.

En la playa toman visibilidad los cuerpos, todos tan distintos, todos tan humanos.

El grácil y hermoso cuerpo de los más jóvenes despliega toda su vitalidad alegre y desenvuelta a la orilla del mar. La vida renueva constantemente su fuerza y su alegría mientras las generaciones se suceden.

Otro ritmo muy distinto y otra actitud es la de los cuerpos más maduros, y aún otro el de los mas ancianos. Y se ven muchos ancianos en la playa. O al menos yo los he visto en esta última excursión.

Hay cuerpos sanos y vigorosos, y otros que recorren su última etapa.

Caminando por la orilla del mar se ve a niños muy pequeños que tienen su primer contacto con él. Ayudados por sus padres, otras veces en brazos de su madre, se adentran en un universo de sensaciones nuevas, de sorpresas y descubrimientos. Y un poco más allá veremos a un anciano o una anciana, ya muy limitados en sus movimientos, algunos sin soltar su bastón o su muleta, adentrarse en las aguas ayudados por dos familiares como si fuera la primera vez (quizás lo sea), o una renovación (quizás la última) de aquel primer bautismo de agua salada.

Caminando de esta suerte se nos vienen encima y se nos entrecruzan (a ráfagas) retazos de conversaciones y los lenguajes distintos venidos, parece, de todos los lugares del mundo.

Y observamos también (y esto nos agrada) un buen número de lectores en todo tipo de dispositivos, predominando los de papel.

Aunque quizás debería decir lectoras porque la inmensa mayoría de los que he visto aplicados a esta actividad sosegada y sosegante, y más con el rumor de fondo de las olas, eran mujeres.

Si he de confesar mi preferencia, caminar por la orilla del mar amaneciendo o con el sol ya poniéndose en el horizonte, es uno de esos regalos que no se olvidan.

Algo que sorprende estos días y que tampoco olvidaremos es la temperatura del agua en este mar Mediterráneo. Se está muy lejos de cualquier escalofrío.

El escalofrío quizás vendrá de pensar en lo que esto significa, y que hace muy creíble la hipótesis que hoy está en los medios: que el Mediterráneo puede acabar convertido en un mar "tropical".

Y aunque esto de "tropical" suena bien y divertido, no sé si será una buena noticia, sobre todo si se acompaña de los vaticinios de los expertos, que nos sitúan como uno de los países más afectados (y perjudicados) por el cambio climático.

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