La película de los impuestos
La sanidad pública española funcionó relativamente muy bien hasta que el neoliberalismo y sus privatizaciones se entronizaron como la ideología de cabecera de nuestros gobiernos e instituciones. A partir de ahí, y a través de recortes enloquecidos para lograr acabar con todo lo público (objetivo principal de la derecha y la ultraderecha), nuestra sanidad se deterioró a pasos acelerados, de lo cual tuvimos un primer signo de alarma con la pandemia COVID, aunque el deterioro venía de antes, de forma que el virus nos pilló con las defensas bajas.
Si entonces aquello se tradujo en una cifra inaceptable (y evitable) de muertos, hoy se traduce en listas de espera inasumibles, tanto a nivel de la atención primaria como de la atención hospitalaria, cargando todo el peso del desastre en las "urgencias", que no están para eso.
Y efectivamente, las Comunidades autónomas tienen gran parte de la responsabilidad en este estado de cosas. Responsabilidad no solo por la titularidad de las competencias, sino por el ímpetu entusiasta con que han implementado los recortes neoliberales, así como por el boicot a la estabilización laboral de miles y miles de sanitarios y educadores interinos cuyo abuso de temporalidad y estafa laboral ha durado en muchos casos 20 o 30 años. Lógico que falte personal sanitario cuando se ha seguido una estrategia (neoliberal) de usar, estafar, y tirar.
Es por tanto un deterioro -como el de otros servicios públicos y derechos-, con su parte de mala gestión, pero sobre todo de origen ideológico. Incluso esa mala gestión del personal está inspirada por ese mismo origen ideológico. Y el principio de su solución solo puede venir de revertir aquel origen recuperando la socialdemocracia y la defensa sin fisuras del Estado del bienestar. Para lo cual hay que advertir de las trampas del discurso contra los impuestos.
No nos engañemos y que no nos engañen: la política fiscal, el pago de impuestos, que constitucionalmente deben ser progresivos, es un elemento fundamental de nuestro Estado del bienestar, y por tanto del buen funcionamiento de nuestra sanidad y nuestra educación públicas. De los servicios públicos en general, que son la raíz de todo en una sociedad avanzada.
Lo demás, y esas alternativas tan posmodernas y liberaloides que nos proponen, de “motosierra”, es hacerse trampas al solitario.
Esto que decimos no ocurre solo aquí.
En los Estados desunidos de Donald Trump, donde la desigualdad económica adquiere rasgos apocalípticos, ahora se necesita taponar las múltiples hemorragias que produce el mercado liberado a sus instintos. Necesitan y exigen que los aliados les compren muchas armas para mejorar su industria bélica y resarcir por esa vía la debacle producida por la retirada de los impuestos a los más ricos.
Necesitan -nos necesitan y nos utilizan- para que mejoremos su industria bélica y que Trump pueda seguir jugando al golf entre trampa y trampa, aunque empeoren nuestra sanidad y educación públicas.
Pero una cosa es Estados Unidos, que ha optado desde hace tiempo por el modelo salvaje, y otra cosa es Europa, que había logrado estándares de civilización muy avanzados y bastante más equilibrados gracias a una ideología muy diferente al neoliberalismo y que daba fundamento y sostén al Estado del bienestar.
Aunque ahora el contagio de aquella irracionalidad empieza a pasarnos factura.