Opinión

Patriotas

La pose, enhiesta; el gesto, adusto; la sonrisa, invisible; la verdad, oculta; el aplauso, previsto.

Juncker, nuestro capo mayor, tuvo su momento de gloria el otro día, en ese amago de filípica ciceroniana con que fustigó, siguiendo el ejemplo de Demóstenes, a los patrocinadores del Brexit, ahora desaparecidos de la escena del crimen.

Porque crimen es, a partir de ahora, maltratados ciudadanos, todo referéndum que pretenda consultar la voluntad del pueblo, ya que si la voluntad del pueblo contradice a la voluntad del poder (en el sentido nietzscheano y olímpico del término), debe considerarse delito castigado con la pena cárcel.

O al menos con una filípica.

Y con razón criticó Juncker la huida apresurada de aquellos promotores del miedo a los emigrantes (quizás inspirados y alentados en ese miedo por Bruselas y el cardenal Cañizares), pero la virtud que enarboló como abanderado de esa filípica nuestro sutil mandatario -el patriotismo, y encima europeo- está muy lejos de ser una de sus virtudes, aunque quizás si lo sea la hipocresía y el doble juego.

Oír a Juncker hablar de patriotismo "europeo", y sacar pecho agarrándose solemne a ese mástil sin vela ni viento ni posibles, es como ver calzarse la famosa pulserita rojigualda a los evasores fiscales de nuestra patria archipatriótica.

Al almirante y guía de nuestros naufragios europeos no le faltan dotes de actor, como a muchos de nuestros más insignes gobernantes, patrocinadores y usuarios de paraísos fiscales al por mayor.

Tan generosos con los himnos y las banderas, que tienen una patria en cada puerto de fiscalidad dudosa y  relajada.

Allí los veréis haciendo peña con los capos de la droga y con los mercaderes de la guerra. Izando la bandera negra y cantando, emocionados, la canción del pirata.

Una vez vista la escena que Juncker se montó en olor de patriotas y acólitos rendidos a su encanto, conviene recordar aquí que el tal orador filípico es el factótum del llamado LuxLeaks, o sea de la trama para el escaqueo de impuestos patrióticos de esta Europa nuestra, tan de mentira.

El honesto auditor -Antoine Deltour- que le destapó el pastel y le quitó la máscara, sufre ahora por ello persecución de la (in)justicia civilizada de Europa.

Impuestos y patriotismo que de faltar por evasión voluntaria y decidida de ambos capítulos contables y/o sentimentales, ponen en grave riesgo y penuria al Estado (incluido el de bienestar) y a la propia patria Europea (o Española, si nos vamos al espécimen local). De ahí que, creadas las condiciones del asco y la náusea, no sea bueno dejar abierta la puerta de los referéndums.

Sin duda fueron "patriotas" también (aunque no se sabe de qué) los que se sacaron de la manga la guerra de Irak y en ella nos metieron de bruces. Patriotas, quizás, de los pozos de petróleo y de los negocios rentables (y letales) de las armas.

Los cuales, conscientes del crimen nefando que supone todo referéndum, decidieron meternos en aquella matanza por su propia cuenta (aunque sin riesgo propio) tras consultar con los pies alguna mesa presidencial, y con el gaznate algún whisky.

Por su cuenta (y riesgo nuestro) fuimos, como pueden certificar las viudas y los muertos.

Y de ello piden ahora explicaciones a Blair, allí donde, a pesar del referéndum, sigue habiendo democracia. Allí no dudan que el trío de las Azores (y Barroso de carabina) es el peor trío que se ha montado en la historia reciente del fin de la historia, el más pijo, y el que mayor mortandad y miseria ha producido. Y en ello seguimos.

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