Opinión

Contra natura

Pareciera que el socialismo europeo viene de recorrer un largo camino contra natura. Exhausto y despistado se encuentra en una situación nueva: es completamente prescindible, y además no se reconoce en el espejo.

Jugando al juego del partido único y el turnismo inane, se ha quedado sin sitio. Partidos de derechas que representen y defiendan los intereses del dinero y la plutocracia pura y dura, ya los había y con rancia historia. Ese palco ya tenía dueño. Sin embargo, los socialismos europeos, y sobre todo sus “aparatos”, jugaron a compartirlo con la derecha más extrema, y contemplar el espectáculo de la posmodernidad desde un lugar privilegiado.

Así, sin comerlo ni beberlo, con esa torpeza infantil que a veces asalta hasta a los más listos y renombrados, el socialismo europeo se encuentra de repente en medio de la nada, preguntándose qué es, de donde viene, y hacia donde va. Recién nacido o recién muerto.

En ese camino al revés, en ese empecinamiento por perder el norte y los papeles, ha habido hitos históricos (hundimiento del PASOK) y nombres más o menos importantes, que han marcado el rumbo al desastre, y que por eso mismo han quedado en la cuneta, aunque enriquecidos o recompensados, eventualmente, por una puerta giratoria o cualquier otro pesebre: Felipe González, Tony Blair... ahora Hollande y Manuel Valls.

En el objetivo de convertir el trabajo en un producto basura, en una mercancía a precio de saldo, en un camino directo hacia la indignidad y la precariedad, han colaborado en igual medida el socialismo de Zapatero y Felipe González, y el PP de Rajoy y Aznar. Ahí están las reformas laborales de unos y otros, primas-hermanas y un homenaje a la desigualdad y la pérdida de derechos.

En las privatizaciones que han puesto incluso nuestras necesidades más básicas y perentorias (sanidad, energía...) en manos de tahúres de casino, también han ido juntos de la mano.

En ese camino al revés, en esa apuesta por la involución, los partidos socialistas europeos se han dejado todo lo que de valioso tenía su razón de ser, y todo lo que daba sentido a su historia y a su diferencia. Se han confundido y fundido en un partido único, de evidente diseño mercantil. Han vendido su alma al dios mercado, y quien pierde su alma lo pierde todo: el nombre, la ocasión, y la historia.

En ese juego de asimilación y fusión con la derecha, no han despreciado tampoco todas las posibilidades y oportunidades de la corrupción institucional y económica, y no se han negado tampoco a la manipulación de las Constituciones inspirada en derivas e imposiciones antidemocráticas.

Hoy se dirime quien ocupa ese sitio vacío, y los grandes cambios políticos y las grandes sorpresas electorales de nuestro tiempo, proceden de las turbulencias que nacen de ese hueco.

Partidos de extrema derecha, racistas, xenófobos (caso de Trump, Marine Le Pen), aspiran a atrapar en sus redes a una masa de ciudadanos descontentos, trabajadores esquilmados en sus derechos, y clase media estafada, que deambula huérfana en busca de un apoyo y un futuro.

La situación a que se ha llegado es de tal calibre, que es fácil el engaño. Es cómodo pensar que el culpable de todo es quien, sin embargo, también es víctima: el emigrante, el desplazado por la guerra, como chivo expiatorio de los desastres propiciados por la plutocracia.

La desesperación genera desorientación, confusión. Sólo así se explica que una masa desfavorecida pueda apoyar a un presidente como Trump, cuya visión del mundo es la de un plutócrata, y que lo primero que hace al llegar al poder es acabar con una de las grandes aspiraciones sociales y conquistas de la democracia: una sanidad pública.

O sólo desde la más inexplicable incoherencia puede entenderse que la clase trabajadora española, vapuleada por los efectos de la corrupción y los recortes inspirados en una ideología de extrema derecha, vote a Rajoy.

Todo esto nace de la confusión hija de la desesperación.

La respuesta a este estado de cosas es lo que hoy se debate y se mueve. Por un lado los partidos socialistas fracasados y vendidos al poder del dinero, se rompen, y en su mismo seno nace la rebelión en busca del camino perdido. Así vemos lo que ocurre estos días con el partido socialista francés, que da la espalda, por decisión de su militancia, a Manuel Valls (indistinguible de cualquier político de derechas) y da su apoyo a Benoit Hamon, que promete acabar con la reforma laboral del primero, y colaborar en sus objetivos con los ecologistas y otros partidos a la izquierda.
Y así ocurre también en España, donde Susana Díaz es nuestro Manuel Valls (un comodín de la derecha) y Pedro Sánchez aspira a jugar el papel de Hamon.

Un detalle significativo: veo dos videos, uno corresponde a la celebración de la victoria en las primarias de Benoit Hamon, y abundan los rostros jóvenes. Otro con el reconocimiento de la derrota de Manuel Valls, dónde esa juventud brilla por su ausencia. Manuel Valls dice que quiere meditar y “reinventarse”. Demasiado tarde, quizás.

Y luego, más allá de esa refriega intramuros, están las nuevas opciones progresistas que se abren nuevas a un mundo nuevo y complejo (fundamental la cuestión ecológica y la defensa de la democracia) cuyo futuro no está escrito, pero que no puede ni debe escribirse contra los logros y conquistas del pasado, ni contra los derechos e intereses de la mayoría.

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