Opinión

Masas

El miedo a la diversidad va asociado a menudo al miedo a la individualidad. Probablemente también se une a ello la intolerancia a la soledad y el apego a la masa.

Unos tienen apego a la masa. Otros la fabrican y la venden.

Las fuerzas gravitatorias de este fenómeno son la querencia imitativa y la sugestión colectiva. El miedo a disentir y a no coger el tono. O dicho de otro modo, el miedo a desafinar y a quedarse "fuera" de la "armonía" orquestada.

Sería quizás más adecuado hablar de miedo a "disonar", que está más cercano a "disentir".

En cualquier caso, quedarse a la intemperie de la propia individualidad, hoy día y por lo general, no gusta.

Operan aquí muchas veces los automatismos gregarios y el instinto de manada.

"Manada" es una palabra de moda que describe una realidad nueva, posmoderna y vieja a un mismo tiempo. La escuchamos y la leemos una y otra vez, como si en nuestro tiempo de ahora (con el concepto "libertad" tan degenerado, abusado y echado a perder), hubiera encontrado un terreno fértil y abonado para medrar.

¿Palabra del año?

Y probablemente esta tendencia de moda a conglomerarse y apelmazarse en manada está en la base de un fenómeno que ha tomado fuerza entre nosotros: el botellón. O sea, la manada etílica.

Que ya estaba entre nosotros, ufana y triunfante, antes de la COVID, pero que ahora ha encontrado en esta tragedia global con millones de muertos una excusa para expandirse y adueñarse del espacio público. Algo así como el consuelo de los supervivientes. Y algo por otra parte bastante típico de España, donde parece que necesitamos más consuelo que en otros sitios.

Consuelo de muchos...

Algo grave debe pasarnos para que uno de nuestros signos de identidad como país, desde hace tiempo, sea el botellón.

Y el fenómeno va a más: 25.000, 40.000 congregados en torno al alcohol y sus efectos.

Aquí, y por paradoja, los "rebeldes" se difuminan (se borran en sus caracteres propios) y se condensan en una especie de ameba.

Miríadas de seres humanos (antes individuos) colaboran a esa masa protozoica donde no se distingue un cerebro individual sino colectivo, y la dinámica que prevalece es la de los seudópodos beodos que palpan sin ver.

Todo esto, claro está, prima facie. Pero es una prima facie que espanta, como espantable es la marabunta.

La noticia no es el ocio festivo y la vitalidad juvenil. La noticia es la cantidad, es decir el volumen, o sea, la masa. Y los comas etílicos.

"Un macrobotellón de más de un kilómetro en las playas".

"Algunos aspiran el gas de la risa (óxido nitroso, la droga de moda) que pasan de pequeñas bombonas a globos de plástico", relataba recientemente El País en relación con estas performances.

Por donde pasan arrasan y dejan su rastro.

Liquido por su combustible, el alcohol, y gaseoso por su dinámica de grupo (y decir "grupo" es ya adornar y maquillar el concepto de "masa"), debe preocuparnos que este fenómeno sea el espejo de nuestro futuro.

¿En esto ha acabado la "libertad" populista e irresponsable que vende al por mayor y en garrafa la señora Ayuso?

Mientras nuestra tierna e irresponsable juventud está de botellón y óxido nitroso, muchos de nuestros ancianos se baten el cobre estos días (y ya desde hace tiempo) defendiendo derechos.

Cuando estos últimos se preparan para un "otoño caliente" y reivindicativo, los primeros aspiran a un otoño etílico y de mucha risa.

El populismo que mata la democracia (Trump, Putin, Ayuso, Orbán, Casado...) es el resultado final de un neoliberalismo que nunca ha creído en la democracia.

Y lo más triste de todo es que ese neoliberalismo hoy se fabrica en "Bruselas", que con su extremismo ideológico y su alejamiento de la realidad, incuba la serpiente.

“Bruselas” hoy es un ente de poder lejano que prefiere recortar pensiones a cerrar paraísos fiscales.

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