Lo que importa
"No es política, es humanidad", decía ayer un manifestante en Madrid durante las protestas contra el genocidio en Gaza.
Humanidad, es decir derechos humanos, derecho internacional, civilización…
Lo que importa no es una competición deportiva, pan y circo, siempre contingente, lo que debe o debería importarnos es un genocidio, como el de Gaza, algo mucho más serio: vidas de inocentes que se pierden sin remedio ni vuelta atrás.
¿Hace falta discutir sobre la naturaleza no comparable de ambos fenómenos en caso de conflicto o interferencia?
Si todavía no lo tenemos claro, es que estamos peor de lo que imaginamos.
La protesta contra el genocidio de Gaza puede adquirir distintas formas, pero reclamada y conseguida la atención de la opinión pública sobre ese crimen contra la humanidad, lo que importa es salvar las vidas que aún se puedan salvar. Frente a esto, lo demás es secundario.
En 1936 Hitler utilizó un truco para "normalizar" su barbarie, las olimpiadas... Y le funcionó.
Léase el libro de Oliver Hilmes "Berlín, 1936”:
"En el verano de 1936, Berlín enfebrece con la celebración de los Juegos Olímpicos. La ciudad muestra de nuevo su rostro más abierto y cosmopolita. Los carteles con «prohibido a los judíos» han desaparecido de las paredes y, en lugar de los himnos nazis, en las calles se escuchan ritmos de swing. Aquél fue un verano de contradicciones: mientras en el estadio olímpico las masas celebraban las hazañas deportivas, a las puertas de la capital se abrían campos de concentración".
Un caso similar: En Argentina se torturaba y se asesinaba impunemente a ciudadanos durante los fervores deportivos del Mundial de fútbol de 1978. Al mismo tiempo que se celebraban con estrépito los goles, la dictadura militar seguía torturando, asesinando, y desapareciendo a ciudadanos.
"La FIFA le había dado a Argentina la oportunidad de brillar y ser anfitriona del mundial pasando por alto el gobierno militar del país y la «desaparición» de 30.000 personas. A pesar de que esté tan cerca de donde se celebró el evento, ningún fotógrafo, periodista ni jugador visitante pudo atravesar las puertas de la ESMA" ("Argentina 1978: el Mundial desde el infierno", artículo de Klas Lundström).
El gobierno de Netanyahu no es que oculte la realidad de sus crímenes a los periodistas, es que directamente los asesina.
No sé si todo esto tiene que ver con el género del entretenimiento, tan potente en nuestra época, o nos remite a las técnicas de distracción estratégica y masiva, que consiste en hacernos mirar el dedo que señala la luna, para ocultarnos la luna.
Pero en cualquier caso, en este género clásico ya contamos hoy con nuevos ejemplos que aportar a esta turbia serie, y ahí está el genocidio de Gaza, del que somos testigos ciegos o insensibles desde hace ya tantos meses. Von der Leyen y colegas lo han descubierto hace apenas un par de días.
En consonancia con esto, se ha puesto también de moda en nuestro tiempo ignorar y permanecer ciegos ante el auténtico origen de nuestros males, que tiene mucho que ver con la plutocracia (que no respeta las reglas democráticas ni el Estado de derecho), la desigualdad extrema, y esa organización socioeconómica, vieja pero con nuevo formato, que concentra en una minoría privilegiada una riqueza y poder que corresponde a todos. Y mientras que ignoramos todo esto por auténtica ceguera o cobardía ante quien ostenta un poder sin límites, señalamos con furor irracional como chivos expiatorios y culpables de nuestros males a migrantes cuyos males tienen el mismo origen que los nuestros.
Un nuevo capítulo de esta serie que nos invita a no mirar arriba, al origen real de nuestro malestar, es decir, a mirar el dedo pero no la luna, es el que promueve ahora entre nosotros el enfrentamiento entre generaciones, entre padres e hijos, de manera que los culpables de nuestros males actuales (además de los migrantes que realizan trabajos penosos que rechazamos) serian los "boomers", es decir los ciudadanos nacidos en torno a los años 60, padres de los hijos ahora de nuevo precarizados. Como si esos padres, esos boomers, no hubieran conocido el paro, la precariedad y los contratos basura, en pleno vigor y auge durante el tiempo de Aznar o de un Felipe González vendidos ambos al neoliberalismo y al premio de las puertas giratorias.
Cualquier distracción vale. Todo menos ir a la raíz y analizar en qué consistió esa involución extremista, ideológica, social, y económica que recibió el nombre aggiornado de "neoliberalismo" para camuflar sus hechos y realidades bajo el concepto siempre honorable de "libertad", evitando los términos mucho menos honorables pero más ajustados a la realidad de "neofeudalismo" y "plutocracia".
¿En qué consistió aquella involución, hoy todavía activa, que también sufrieron los boomers?
Lo describe perfectamente Daniel Fuentes Castro, profesor de Economía en la Universidad de Alcalá (Madrid) y director de KREAB Research, en su artículo "El malestar económico en Occidente" / El Pais 03 sep 2025):
"Las grandes democracias occidentales propiciaron entonces un programa de deslocalización industrial masiva, privatizaciones de sectores estratégicos, desregulación financiera, libre movilidad del capital, debilitamiento sindical, flexibilidad del mercado laboral y reducción de la progresividad fiscal".
Y también:
"El final de la Guerra Fría, sin embargo, alteró profundamente la agenda política de las democracias occidentales, que habían hecho de la fiscalidad progresiva, de la seguridad social, y de la educación y la sanidad públicas condiciones de partida para el desarrollo de las clases medias". (Artículo ya citado).
Y estamos hablando de los años ochenta, cuando los boomers tenían alrededor de veinte años y todo un horizonte de dificultades sobrevenidas por delante.
Cuando se mira el dedo pero no la luna (¿por ceguera? ¿por cobardía ante los más poderosos?), no se encuentra mejor solución a nuestros males económicos y sociales que perseguir a muerte a los migrantes o aspirar a quitar las pensiones a los boomers.
Una auténtica genialidad que aparte de engordar el discurso de la ultraderecha, sigue promocionando la ya repetida ceguera.
Aquellos que nos invitan a no mirar hacia Gaza y que se burlan de los que protestan y se oponen a esa masacre, son los mismos que creyeron que habían descubierto la pólvora, la fórmula mágica (paradójicamente un extremismo... el neoliberal), y que la Historia se había detenido para contemplar el inefable milagro.
Pues no se detuvo, y en nuestro tiempo y ante nuestras narices proliferan de nuevo las atrocidades, los plutócratas sin escrúpulos y señores de la guerra, la desigualdad extrema y los viejos genocidios. La Historia sigue su curso y nosotros tenemos que seguir bregando en ella.
Conviene por tanto no solo mirar la realidad que tenemos delante sino obrar en consecuencia. Intervenir en la Historia e intentar reconducirla. Por eso resulta esperanzador que cada vez sean más los ciudadanos que protestan ante la matanza de inocentes y ante la pasividad y complicidad de nuestras instituciones.