Opinión

La segunda ola

Mientras una población des-confinada ya huele a playa, la Organización mundial de la salud (OMS) y otros expertos nos advierten sobre la "segunda ola". 

Advertencia urbi et orbi, pero especialmente dirigida a los gobiernos, que son los que toman las decisiones pertinentes, sobre todo en tiempos excepcionales como es este de la pandemia COVID-19, cuando la decisión “libre” (e irresponsable) de un solo ciudadano puede tener consecuencias no deseables sobre otros muchos. Cosas de la salud “pública”. 

El deseo incontenible y la prudencia no hacen buenas migas. 

A la vista salta que muchos des-confinados actúan como si el problema que nos ocupa y nos preocupa hubiera quedado atrás. O lo que es peor: como si nunca hubiera ocurrido. Nada más incierto.

Cualquier tipo de reflexión, propuesta, actitud, exigencia, sobre el momento actual, no puede desconocer un hecho: en pocos días han muerto en nuestro país por esta causa más de 25.000 personas (computadas). 

Prescindan mentalmente del confinamiento y del estado de alarma, imaginen que nunca lo hubo: entonces multipliquen esa cifra por 2 o por 3… Esa es nuestra realidad.

Quiere decirse que la primera ola del desconfinamiento puede llegar a recordarnos -si las cosas no evolucionan bien- a esa ola del mar en retirada que precede al Tsunami. Una calma engañosa durante la cual la tormenta se sosiega y concentra para atacar luego más fuerte.

La Doctora María Van Kerkhobe, especialista de la OMS, ha advertido: “Podríamos decir que aún no ha concluido la lucha contra la COVID-19 y que todos deberíamos estar listos para un camino aún bastante largo”.

Y también: “Por otro lado, en distintos países todavía hay un importante porcentaje de población que sigue siendo susceptible de contraer el virus… aunque hay países que reportan estar deteniendo la transmisión, es necesario que puedan actuar rápidamente en caso de que haya un rebrote”.

Desde luego el deseo incontenible de salir a la calle, y preferiblemente al campo, mucho más saludable, se entiende y está justificado. He aquí un momento en el que lo rural aventaja con mucho a lo urbanita. ¿Servirá esta crisis para la promoción y reivindicación de esa España vacía y rural?

Tras un confinamiento preventivo como el que hemos experimentado, cuyas consecuencias positivas desde el punto de vista epidemiológico hoy se reflejan en el descenso de las cifras de contagiados y de muertos, enfrentarse al espectáculo de la Naturaleza en pleno vigor primaveral, tiene un doble efecto beneficioso: por una parte comprobamos que la vida salvaje sigue ahí, ajena a nuestras tribulaciones, resistiendo como fuente de vida y equilibrio, y por otra es el escenario perfecto para reflexionar sobre lo que nos ha ocurrido (o nos está aún ocurriendo) y replantearnos individual y colectivamente nuestro “modus vivendi”, bastante desequilibrado.

No obstante no podemos ser pesimistas, del todo. 

De momento esa "segunda ola" es solo una hipótesis plausible, pero habrá que tenerla en cuenta a efectos prácticos y de prevención, sobre todo porque en otros episodios históricos de carácter similar la segunda ola fue peor y más mortífera que la primera, verbigracia la gripe “española” de 1918. 

Tener en cuenta esa posibilidad, aunque solo sea como hipótesis, implica aprovechar este periodo de aparente calma para dotarnos de mejores defensas que en la primera embestida. 

Esto hace referencia a sanitarios contratados, respiradores disponibles, equipos de protección para los sanitarios, camas hospitalarias, refuerzos en nuestra atención primaria, test diagnósticos, etcétera.

¿Es eso lo que estamos viendo?

Muy al contrario lo que vemos es que algunos gestores de nuestra sanidad ya empiezan a despedir sanitarios. Vemos también que los sanitarios siguen trabajando sin EPIs adecuados o que estos son insuficientes. Y vemos que seguimos sin poder realizar los test diagnósticos, imprescindibles para el buen control de la pandemia.

En todo caso, si nos dirigimos hacia una segunda ola de COVID-19 lo haremos a través de un periodo de lo que ha dado en llamarse “nueva normalidad”, que si es demasiado normal (más de lo mismo) no será ni nueva ni prudente. En consecuencia nuestra nueva normalidad deberá ser bastante anormal para ser efectiva a efectos de prevención. Se abre aquí todo un campo de exploración y de inventiva.

¿Surgirá de todo esto un nuevo modelo económico y un nuevo modelo social? ¿Una nueva cultura, quizás?

El futuro lo dirá. De momento una de las anécdotas más deslumbrantes de esta crisis la han protagonizado esos niños de inteligencia precoz y criterio independiente que cuando los adultos les han comunicado que ya se podía salir a la calle, como si tal cosa (así somos los adultos), han contestado que salgamos nosotros, los adultos, que ellos prefieren esperar a ver si escampa. Más que nada porque la desescalada se está haciendo “a ciegas” y sin datos fiables sobre la incidencia de la infección. 

Mal vamos si el prototipo de responsabilidad adulta es, por ejemplo, Donald Trump, que aunque parezca mentira es casi el primer mandatario del mundo global. Pues bien, este referente del poder omnímodo que nos dirige a todos los ciudadanos globalizados del planeta Tierra ha propuesto recientemente como remedio contra el Coronavirus inyectarse desinfectantes o beberlos (¿lejía quizás?). 

Por favor, no lo intenten. No es un buen consejo. 

Claro que este mismo Donald Trump, presidente y apóstol del derechismo gamberro, apoya también las manifestaciones de esa tropa variopinta que reclama a voz en grito el fin del confinamiento (a pesar de no haber en su país sitio ya donde meter tanto cadáver, repletas ya las fosas comunes), tropa en la que abundan aquellos que gustan vestir ropa bélica de campaña (como si fueran de caza del coronavirus con rifle de asalto), votantes naturales o antinaturales de Trump. 

En un video reciente me llamó la atención que frente a esta tropa asilvestrada y medio militar, se oponía una escueta pero eficaz representación de trabajadores sanitarios, que saben lo que está en juego si no se contradice la idiotez.

Debe preocuparnos que uno de nuestros líderes políticos más nuevos, Santiago Abascal, líder de VOX, haya tomado como referentes políticos e intelectuales a Donald Trump y Boris Johnson. 

Parece estar por tanto en la línea de aquella “nueva” derecha (tan vieja) que desde su revolución neoconservadora adoptó una actitud agresiva contra la ciencia, sobre todo porque los datos contrastables que la ciencia encuentra y ofrece no suelen estar en sintonía con sus desvaríos. 

Al ciudadano informado y educado no es fácil engañarle, esto es así. Posverdad y populismo huyen de la ciencia con especial fotofobia.

En Donald Trump tenemos un ejemplo claro de cómo la “nueva” economía, neoliberal y desregulada, tiene su paralelo en una “nueva” medicina, supersticiosa y cutre. Se veía venir. 

Así a la estafa financiera y el austericidio como métodos económicos, corresponde la administración de remedios tóxicos como solución higiénica. Lástima que haya tantas víctimas y tan fáciles del engaño. El déficit educativo es evidente.

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