Opinión

Ken Loach

Coincidió que al tiempo en que yo iniciaba mi vida laboral, como tantos españoles, a la triste sombra de los contratos basura y a tiempo...

Coincidió que al tiempo en que yo iniciaba mi vida laboral, como tantos españoles, a la triste sombra de los contratos basura y a tiempo parcial, implementados por un González que ya no era Felipe, ferviente admirador de Margaret Thatcher, descubrí el cine sin estridencias (ni pizca de glamour) de Ken Loach, a través de una de sus mejores películas, o así me lo pareció a mi, quizás, al ver reflejadas en la pantalla mis cuitas de currante vapuleado.

Iniciarse en la vida laboral de la rama sanitaria, conociendo de primera mano y a flor de piel, la desembozada gestión esclavista de jefecillos con carnet y demás cancerberos fieles de la mafia política de turno, coordinadores varios que, sin escrúpulos ni vergüenza, engañan, estafan y amenazan, no es plato de buen gusto para bautizarse en una profesión, hipotéticamente filantrópica y humanitaria, entusiasta, romántica, y vocacional.

Confirmar por experiencias reiteradas, la incomprensible ruindad de tantos gestores sopistas, recién salidos con sus almas grises de una pesadilla de Kafka o de una escuela de negocios (si es que no es lo mismo), te doblega y te incluye, o te excluye y te hace fuerte.

"Lloviendo piedras" (Raining Stones), del director Ken Loach, fue la primera película que vi del director británico, y no me resulto indiferente.

Mucho tiempo después he seguido recordando muchas de sus escenas, detalles concretos, su sentido y moraleja. Y me confirmó en una, quizás, ingénita rebeldía.

Sobra decir, para quien conozca su cine, que Loach  es poco hollywoodiense, y ya en aquel entonces contrastaba su modo de hacer con el paisaje de fondo de un cine más convencional y rentable.
Con un sentido peyorativo, podríamos considerar que Loach adopta una perspectiva pasada de moda, porque en su tiempo quien estaba de moda era el yupi, más fotogénico que el matón que le acompaña.

Casualmente, poco tiempo antes de ver esta película, había asistido yo a una exposición fotográfica, centrada en el escenario británico de postguerra (guerra sin declarar) que hizo famosa a la "dama de hierro", la cual, no inmerecidamente tuvo y aun conserva apodo de "mineral".
Hay almas poco complejas y bastante solubles, que cristalizan al contacto de ideologías demasiado exactas y perfectas, y su simpleza se trasmuta en arista cortante y en arma peligrosa.

No me estoy refiriendo a las consecuencias del frente bélico de las Malvinas, que tanto bien hizo a la popularidad política de Margaret Thatcher y tanto mal a sus muertos,  sino a la desgracia civil que su mandato descargó, a modo de bomba letal, en determinadas capas de la sociedad británica, diezmando no pocas biografías poco rentables, de la humanidad considerada como negocio.

Más rentable es la guerra, y determinadas gestiones públicas guiadas por el lucro.

No hace tantos meses pudimos saber, que en los hospitales británicos de gestión privada (herederos de aquella política), los enfermos morían de “sed” entre el abandono y la escasa potabilidad del agua de sus floreros, último recurso de los sedientos y desorientados pacientes.

Creo recordar que esa exposición fotográfica a que me refiero, la vi en la vieja cárcel de Salamanca (aunque no como interno), reciclada en Centro de Arte a orillas del río Tormes, donde nació el Lazarillo y con el toda una literatura de la realidad miserable, descrita sin tapujos ni remilgos. Una literatura del antihéroe sobreviviente, “antisistema” de un sistema que se cae hecho pedazos.

Aquellas fotos de la vieja cárcel, describían también la vida y la muerte de nuevos lazarillos suburbanos, varados en sus desahuciados refugios británicos, naufragando entre signos perdidos y objetos comprados, entre muñecas rotas, sueños de saldo y carritos de la compra, atrapados en barrios “especiales”, enredados en un laberinto hecho de mugre, pobreza, deudas impagables y ladrillo barato.

Los "miserables" que mostraban aquellas instantáneas en el interior de sus hogares letárgicos, parecían flotar ya fuera del tiempo, como corchos girando en el vórtice de un embudo hambriento.
Eran imágenes que hundían el estómago, poco aptas para abanicar el tedio. Eran fotos tristes, sin un epílogo de esperanza.

Esos mismos hogares que las fotos mostraban, los vi poco después en las películas de Ken Loach.

Ken Loach, que a la indignación ha unido siempre pequeñas notas de tierno humor, propuso recientemente (lleno de coherencia) que se “privatizara” el funeral de la dama de hierro, para evitar el elevado coste de ese gasto superfluo al estado, coste que muy bien podría haber financiado tantas necesidades publicas de las que hacen daño y matan vivos.

Por ese tiempo en que yo me iniciaba en el cine de Loach, España vivía un momento histórico distinto. Los "socialistas" aspiraban a yupis y promovían el "pelotazo". Íbamos a morir de éxito entre contratos basura y beneficios de oro. Y los chorizos levitaban en una atmósfera de compadreos fácticos, fiestas privadas, y champán.

Se asumía con naturalidad que hubiera un paro descontrolado, pobres domesticados, y como siempre en este tipo de ambiente, florecían enchufes, mangantes, crack analfabetos y nepotismos de toda la vida.

Pero estábamos empezando, desde la humilde y aplicada admiración presidencial a aquella dama ferruginosa.

El saqueo estaba en pañales, y el escenario que mostraba Loach, lo veíamos aún como "espectadores".

Cuando en el 2008, aquí en España empezamos a recibir los primeros sopapos matutinos de la estafa que llaman crisis, sin saber muy bien que era aquello ni como llamarlo, un emigrante argentino en nuestro país llamo a un espacio radiofónico para dar su opinión en abierto. Quería alertarnos a los españoles que lo que se empezaba a insinuar en nuestro país, se parecía mucho a lo que el había padecido en el suyo, y que le condenó al exilio económico y vital: saqueo y privatización, latrocinios sin embozo, corrupción política, y pupilos de Thatcher como el traficante de armas Menen, haciendo de las suyas para acabar en corralito.

Un contertulio prepotente de la barra, le increpo a ese inmigrante lúcido que como se atrevía si quiera a comparar y aventurar dicho pronóstico aciago.

Hace ya unas semanas, mientras en Argentina se declaraba la "Emergencia energética", y los ciudadanos empezaban a morir a manos del calor extremo y de las eléctricas privatizadas, volví a ver, después de muchos años, "Lloviendo piedras" de Ken Loach.

Ya no me pareció estar contemplando un mundo ajeno y lejano.

Esa película, que ya tiene años,  parece un documental sobre la España de nuestros días.

Comentarios