Opinión

Intervenir es pecado

Según una idea peregrina pero frecuente que algunos asumen como dogma de fe, en la sociedad humana dejada a su aíre y libre albedrío, sin regulaciones ni normas de tráfico, si acaso guiada por la ley del más fuerte o el más desalmado, más allá del bien y del mal, imitando en esto a la propia Naturaleza selvática (los que así predican se dicen "darwinistas sociales"), indistinguible por este medio la libertad del libertinaje y entregada de lleno al alegre e incierto juego del "mercado" y la especulación, toda cosa y ser viviente irá a la postre a su sitio "natural" y acabará el conjunto en una suerte de equilibrio inestable, pendiente de un hilo, que algunos dicen es lo que más se aproxima al paraíso terrenal.

Y no se refieren con esto al paraíso fiscal, uno de los productos más notables y conocido de este orden desordenado y libre, sino realmente a una especie de beatitud que los que sobreviven extraen del caos general y la ruina ajena.

Así, y aunque para este modelo de sociedad humana el término "sociedad" carece de sentido, y el término "intervención" es puro pecado, un rey impune y libre nunca defraudará dinero, sino que guiado por su virtud y nobleza natural (la nobleza obliga) siempre perseguirá el bien de sus súbditos y trabajará en pos de una fortaleza suficiente de los servicios públicos de su patria (por si acaece una pandemia), colaborando como el primero en el pago de los impuestos y arrimando el hombro fiscal con el conjunto de los ciudadanos y de las empresas privadas o privatizadas, que hacen lo propio, animadas por el estimulo del lucro pero cuyo objetivo y logro final, cuando no median normas ni regulaciones, es siempre el bien común.

Es lo que observamos cada día en nuestro panorama político y económico y por eso nuestros reyes son ejemplo de virtud y nuestras empresas ejemplo de honradez (las hay que sí), el precio de la luz y el de las cosas básicas es aceptable y asumible, nuestros servicios públicos son potentes y dan ejemplo al mundo, apenas sabemos que es la corrupción, nuestro mundo laboral vive confiado y feliz, las familias ven despejado el horizonte, tenemos un respeto al medio ambiente digno de subrayar y seremos por tanto uno de los países menos afectados por el cambio climático, y nos lo merecemos porque hemos hecho los deberes, las pandemias se manejan entre nosotros, como es sabido, con los criterios de la ciencia y las exigencias del bien común, sin ceder a los egoísmos particulares o de las empresas...

Y todo esto y su perfección dinámica se consigue por un medio tan sencillo y al alcance de la mano como abstenerse de intervenir, no poner -y mucho menos imponer, aunque sea por el gobierno legítimo- normas de ningún tipo ni regulaciones que molesten la libertad sagrada del que nada da y nada recibe de la sociedad que le rodea, y a la que nada le liga salvo la Liga de fútbol. De forma que puede comprobarse de forma empírica y medible que el caos como método y el principio fundamental de que cada cual haga lo que le venga en gana y pille lo que pueda, es un auténtico regalo de los dioses y el camino directo al éxito y la felicidad de las naciones.

Es cierto que todo ese equilibrio inestable y desigual se va al garete con frecuencia y de forma catastrófica, pues pende de un hilo tan fino como la credulidad humana, que no es eterna ni inagotable, pero ese es otro tema.

En cuanto que el gobierno no interviene en los asuntos que nos afectan y estamos en manos de especuladores libres y delincuentes decididos (estos sí intervienen), lo más que podemos hacer es esperar el próximo batacazo, que cada vez llega antes.

La impotencia del gobierno actual para intervenir en la gestión y el precio de algo tan básico y necesario como es la electricidad ¿Qué nos está diciendo de la sociedad posmoderna en que vivimos?

Y la falta de protesta firme y suficiente contra el abuso, como si la hay por motivos similares en otros países

¿Qué nos está diciendo de nosotros mismos?

Contra el recorte de las pensiones se manifestaron algunos ancianos conscientes con constancia inquebrantable ... Y poco más.

¡Pan y circo!

O en su versión actual:

¡Fútbol y botellón!

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