Opinión

Indiciariamente

Indiciariamente vivimos sin vivir en nosotros, pendientes de un indicio, colgados de un interrogante.

Que vivamos con una cierta normalidad homologada y en una democracia tan ajustada a derecho como la sueca, no pasa de ser un mero indicio, casi una sospecha pendiente de confirmar.

Así como la duda cartesiana fue el origen de toda una filosofía, nuestra duda metódica es el origen de toda una parálisis. O si se quiere de una crisis moral de caballo, que para el caso es lo mismo.

Leo un artículo de Bernardo Kliksberg sobre el Papa Francisco, y yo, que no creo ni poco ni mucho en la Providencia, creo sin embargo que este Papa es providencial, como caído del cielo, mitad meteorito mitad bengala luminosa.

Tras la sorpresa de escuchar por primera vez a un Papa hablar en cristiano y decir a los poderosos verdades como puños, su encíclica ecológica y franciscana "Laudato si" (Sobre el cuidado de la casa común) confirmó que este representante del cielo en la Tierra tenía los pies muy bien asentados sobre la misma, y no solo eso, sino que la ama, a esa Tierra madre, casi como a una parte del mismo cielo.

Lo cual no deja de coincidir con la verdad científica porque lo que los antiguos venían a llamar el cielo, hoy podríamos convenir que se refería a la totalidad del Cosmos, con sus misterios entrelazados de tiempo y espacio, y dónde hasta los ángeles tienen su barrio propio. Tan vasto es.

La carambola vaticana que puso al argentino Bergoglio sobre la silla de San Pedro, aparece incluso a los ojos más agnósticos o descreídos como un aviso o si se prefiere como un indicio. Como si la propia Historia hubiera adivinado su crisis o contemplado en un espejo al pasar, llena de prisas globales, su rostro deforme.

Es tanta su prisa, su rigidez dialéctica, su fe macroeconómica y su ceguera, que como el Papa Francisco ha denunciado una y otra vez, no duda en su loca carrera en “descartar” lo humano para que cuadren las cuentas de su catecismo.

Francisco pone en relación el deterioro del planeta, la pobreza, y la corrupción.

Como muchas veces son los mismos corruptos los que exigen que las cuentas cuadren, no debe extrañarnos que esa operación de pureza matemática se haga de manera indiferente a la pobreza y el deterioro del planeta, y de manera ciega ante la corrupción.

Dice Kliksberg: "Hemos perdido la ética: ha sido expulsada prácticamente de la política y ha sido expulsada formalmente de la economía, y es para los economistas un asunto de las iglesias y los poetas".

Mal asunto cuando los poetas tienen que pararles los pies a los políticos porque los demás poderes del Estado –y el poeta no lo es- no lo hacen.

Ya que ni los políticos ni los economistas escuchan el Cántico de las criaturas, tienen que ser los poetas, los hombres religiosos, y los científicos sabios los que lo hagan, y nos recuerden lo que de verdad importa:

“Alabado seas, mi señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”. Sin ese sostén, todo carecerá de apoyo y de futuro.

Indiciariamente (o incendiariamente) vamos pasando los días, lo cual no significa que avancemos ni excluye que retrocedamos.

Esa frase de Kliksberg, que suena a resignación y consumación de los hechos, es sin embargo una denuncia y una invitación a la resistencia. Cómo lo era el breve y lucido librito de Hessel: "Indignaos".

Nuestra democracia hoy está en suspenso y pende de un indicio, a partir del cual todo cobra sentido o deja de tenerlo. 

En cuanto a la corrupción, aquella recomendación tan taurina y española de "coger el toro por los cuernos" no la hemos hecho realidad. Ni cuando correspondía, ni con la celeridad que pedía el caso.

Si ustedes analizan nuestra evolución como país desde que la gran crisis hizo caer vendas y velos, y descubrimos de la noche a la mañana quien mandaba aquí sin necesidad de pasar por las urnas, reconocerán que desde entonces vivimos colgados de un interrogante, de un malestar difuso, de una sensación crónica y desagradable, de una cenestesia torpe y carente de impulso.

Nuestro inconsciente chirria y padece de insomnio, cómo si alojara en su seno a un extraño.

Más allá de la certeza, en si misma impactante, de que algunos órganos judiciales definan al partido en el gobierno como banda criminal, lo cual ya debería dejarnos noqueados, lo cierto es que desde el inicio de la crisis y el descubrimiento de que la corrupción es la fina trama que lo impregna todo, vivimos huérfanos de todo consuelo y en busca constante de un rayo de luz.

En uno de los emblemas de Alciato se nos muestra esa “ocasión” que para hacer las cosas cabalmente se presenta solo una vez, y que si se deja pasar ya todo se embarulla y el desorden y las consecuencias indeseables de aquella desidia, solo pueden crecer cual bola de nieve ladera abajo.

Frecuentemente esa ocasión perdida tiene su origen en la pereza o en la falta de ánimo para abordar la situación que nos hiere y perjudica. No es este el caso.

Lo que aquí hubo como origen de la rémora pesada que nos gripa, del indicio letárgico enquistado en el corazón del sistema, fue un esfuerzo cerrado de resistencia frente a lo que pudiera alterar el (des) orden establecido, la trama consensuada, el privilegio aforado, y en resumen, el modus operandi de un organismo diagnosticado como enfermo y pronosticado como grave.

Si Sarkozy dijo brevemente, respaldado por un dubitativo Zapatero, que había que reformar el capitalismo vistas sus consecuencias criminales, fue en ese fugaz instante de lucidez que precede al desastre. Fue reconocer que se había llegado demasiado lejos, y que a partir de ese horizonte traspasado ya la nave iba sin remedio a la deriva.

En ese sentido, hoy España es una metáfora global de un océano encrespado dónde la justicia naufraga, y los Papeles del Paraíso del Consorcio de periodistas (un hilo de luz en medio de tanta niebla) una versión moderna del Infierno de Dante.

La democracia y la justicia deben estar al otro lado de ese purgatorio.

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