Opinión

Guerras culturales

No se entiende muy bien por qué razón algunos posmodernos se empeñan en poner nombres nuevos a hechos muy viejos y conocidos. Salvo que sea una estrategia publicitaria para vender algo: por ejemplo vender que Díaz Ayuso es el símbolo supremo (a la vez que supremacista) de la modernidad más rabiosa, entendido esto último de forma polisémica.

Insisten en ello los vendedores de gangas, incluso cuando Trump, el modelo referencial y "moral" (por decir algo) de la presidenta madrileña, ha envejecido a toda prisa y sobre todo muy mal. Como modelo ético lo único que puede producir el señor Trump son malas copias y peores ideas. Lo estamos viendo en Brasil con la acción golpista de los "bolsonaristas": una mala copia del asalto fascista al Capitolio de USA.

Un ejemplo de este error consistente en poner motes nuevos a hechos viejos y ya trillados es eso que ha dado en llamarse "guerras culturales", como si esta "guerra" fuera una de las novedades más insospechadas y rompedoras de nuestro tiempo.

¡Sorprendente!

Quizás todo ello se deba a habernos tragado tan fácilmente el camelo del "fin de las ideologías" (algo absurdo) y la fábula no menos fantasiosa del triunfo inapelable del "pensamiento único" (algo más absurdo aún, además de contraproducente), con su secuela inevitable del cuento chino del fin de la Historia, la cual, por su propia cuenta y riesgo, sigue corriendo, hoy como ayer, totalmente desbocada, nadie sabe muy bien hacia dónde.

Y es que nuestra posmodernidad, que se creyó protagonista de la cúspide o consumación de los tiempos (una creencia tan infantil como la que cree a pies juntillas que la Transición es el culmen de nuestro ordenamiento político), tiene en realidad muy poco de moderna y casi nada de nueva, y de lo que sí tiene mucho es de vuelta de lo viejo y ya caduco. De manera que los que predican el fin de las ideologías, en realidad están predicando (porque así les interesa) el reciclaje de las más rancias.

La complejidad de la realidad no va con estos profetas del dogma simple y definitivo, y en la confrontación de ideas y argumentos se sienten un poco perdidos, de ahí que prefieran el imperio del pensamiento y la ideología única: la suya. Y si no es por las buenas, será por las malas, como nos enseñan y advierten trumpistas y bolsonaristas. El fascismo sigue avanzando. Tarea para el año entrante: tenerlo en cuenta a la hora de votar, no vaya a ser que sea la última vez que podamos hacerlo.

Este “estilo", que ha vuelto a ponerse de “moda”, nos recuerda bastante al de Franco, Stalin, Hitler, o Mussolini, que como se sabe son el prototipo de las mentes estrechas, o sea mentecatas.

Con distintos nombres, entre los hombres que pisan la Tierra siempre ha habido (y esto viene de atrás y va para largo) una cierta disparidad de opiniones. Llamar a esto “guerra cultural” no lo convierte en algo nuevo.

Podemos distinguir a grandes rasgos y sin entrar en otros matices, a los partidarios de la irracionalidad de la "fe", de la "revelación" como fuente de conocimiento, del oscurantismo como vía de comprensión, del derecho de pernada y del “viva las caenas” como referente político, y de la consideración de la Naturaleza como una cosa ajena ("cosa" y "ajena"), distinta y diferenciada de nosotros, puesta "ahí" (o sea, puesta ahí "fuera") para nuestro servicio y "destino en lo universal" como hijos predilectos de "Dios", hechos a su imagen y semejanza (con coxis en la rabadilla, pelo en algunas zonas corporales, mamas, pezones, y todo lo demás que nos caracteriza).

Y en este grupo habría que incluir también a los negacionistas con cuernos de bisonte que asaltan Capitolios y otros parlamentos, y a los delirantes del grupo QAnon, los de los "rayos láser" que vienen del espacio como explicación del cambio climático.

Habría otros, de distinta opinión, aunque pertenecientes a la misma especie y con una misma misma dignidad humana (común a todos ellos), partidarios del uso de la razón como instrumento frágil pero perfectible (no superado hasta ahora) de una ciencia bien reglada y empírica, no solo en orden a la comprensión del mundo, sino a su uso práctico, compartido, y prudente. Partidarios igualmente de la consideración del hombre como parte integrada, indiscernible, y desde luego dependiente de la Naturaleza, y quizás por todo ello partidarios también de una dignidad compartida más allá de la especie "homo sapiens" (una gota en el océano cósmico), y defensores de la democracia.

En este último grupo, que hace sitio y deja espacio a la "duda metódica" y a la "razón poética" que ilumina y potencia la vida, habría que incluir también a los ecologistas, empezando por el Papa Francisco, por contraste con los negacionistas y delirantes que mencionamos más arriba, muy partidarios estos últimos de las armas en cualquiera de sus múltiples y letales usos, y sobre todo partidarios, como vamos viendo, de asaltar Parlamentos y Capitolios cuando las urnas no les son favorables.

Por supuesto que siempre nos acompañan, como a cualquier otra criatura conformada evolutivamente según su entorno, unos límites del conocimiento que vamos empujando trabajosamente entre todos un poco más allá. Pero quizás esos mismos limites, que constituyen una lección constante de humildad, nos deben hacer valorar más ese esfuerzo y trabajo prudente, esa concurrencia de ideas, propuestas, y aproximaciones colaborativas, frente a la imposición de verdades acabadas, definitivas, y completas, no contrastadas y sin ningún fundamento, más que el de la fe de sus creyentes, muy respetable, pero poco adecuada para los usos prácticos y compartidos que más arriba mencionamos.

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