Futurismo de almenas y telarañas

Uno puede llegar a pensar que Ortega y Gasset prefería (al menos en algunos momentos de su reflexión teórica) el feudalismo a la democracia, por eso de que el rey representaba el Estado (no precisamente democrático) y los señores feudales representarían a los "libertarios" de espada y motosierra, que diríamos hoy.

Por resumir, el feudalismo era cosa de señores aguerridos que vivían en castillos y que repartían mandobles cuando se les torcían las neuronas o bebían vino, mientras que la democracia es cosa de las clases medias ilustradas que discuten por los codos con un condimento de sal ática.

Mientras que los primeros inventaron el "derecho de pernada", los segundos inventaron "los derechos humanos".

Probablemente esta apreciación respecto a Ortega -uno de nuestros más renombrados filósofos- sea injusta, porque después de todo él era un ilustrado, o sea, uno de esos bípedos implumes que viven y respiran en el mundo de las ideas y discuten por los codos. Pero el caso es que leyendo algunos de sus textos, como el titulado "Ideas de los castillos: liberalismo y democracia", da que pensar, y no precisamente bien.

Asistimos en estos días de revoluciones reaccionarias a un intento de restauración del feudalismo (para entendernos podemos llamarlo así), con la novedad de que ahora los "señores" no poseen castillos (aunque también) sino corporaciones y fondos buitre, y los vasallos los hay de primera, de segunda, y de tercera, pero todos ellos (y nosotros) vasallos al fin y al cabo de estos dueños del mundo, incluidos muchos de nuestros políticos, más altos en esa escala de vasallaje cuanto más a la derecha se escoren y más serviles a ese poder omnímodo sean, pudiendo alcanzar en esa labor de trepa el grado de "esbirros" ("Persona que ejecuta las órdenes de otra o de una autoridad, especialmente si para ello debe emplear la violencia. secuaz, paniaguado, vasallo, sicario..."). En último término el concepto "esbirro" puede ser sustituido por el de "kapo", o por el de mamporrero de bulo y motosierra.

Los que suprimen impuestos a las empresas energéticas, responsables cruciales del cambio climático, han alcanzado en esa escala invertida del vasallaje un alto grado (se deben a esas empresas, no a nosotros). En este grupo de trepas están también los beneficiarios (paniaguados) de las puertas giratorias.

Con ocasión de este impuesto a las empresas energéticas y su polémica supresión -con la dana de Valencia aún reciente- se ha producido un flechazo y un enamoramiento repentino (así son los flechazos de Cupido) entre dos vasallos de postín: Feijóo y Puigdemont, que nos han certificado con su noviazgo tardío que nunca es tarde cuando el dinero enamora, y que más allá de banderitas folclóricas, artificiales y de balcón, o de algunas fiestas de guardar, se deben en el fondo y el trasfondo a unos mismos señores (los que hincan la rodilla en su cama matrimonial) y a unos mismos pesebres.

Tentado estoy de equiparar la supresión del servicio de emergencias que perpetró Mazón un poco antes de la dana, a la supresión de este impuesto a las energéticas con los efectos del desastre de Valencia aún recientes. O especular con que el dinero obtenido mediante ese impuesto, bien podría financiar un servicio de emergencias en previsión de nuevas danas, o ayudar a la reconstrucción del daño provocado por esta última.

Pero hablábamos de escalas de vasallaje al servicio de los nuevos señores feudales, y conviene decir que los que fabrican bulos en las cloacas y los expanden en sus medios (que financia el amo), han alcanzado ya el alto grado honorífico de "esbirros" de garrote.

Ahora bien, no es ninguna novedad que vivimos atenazados en las mazmorras de un nuevo feudalismo posmoderno cuyos conserjes de puerta y foso adquieren las figuras engañosas y presuntamente "libertarias", de un Milei, un Trump, o una Ayuso, inspirados todos ellos por el delincuente mayor Steve Bannon. Como vemos, este nuevo medievo ha traído consigo nuevos espejismos y alucinaciones, abundantes bulos y una renovada magia negra (o parda).

Pero también concurren a este simulacro de libertad (libertad neofeudal, podríamos decir si no fuera un oxímoron), un Felipe González o un Tony Blair, o incluso un Macron, para mayor despiste del personal. Aunque evidentemente son muchos los que no se despistan.

La misión de estos apóstoles de la "tercera vía" era que perdiéramos la fe en el cambio, y que asumiéramos que "no hay alternativa".

Leemos con interés el análisis de Monika Zgustova para El País titulado "El otro rapto de Europa": "También la izquierda tradicional erró al traicionar los ideales del humanismo abandonando a su suerte a la clase media y a los más frágiles, dejándose tentar por el canto seductor del capitalismo financiero transnacional, contra el que no se ha atrevido a actuar". (El País).

Digamos que pocas veces en la Historia los vasallos y paniaguados se atreven a actuar contra sus dueños. Y esa es la servidumbre que patrocinaron los falsos profetas de la "tercera vía", que querían cazar ratones por cualquier medio (principio digno de Maquiavelo), y acabaron cazando puertas giratorias como buenos vasallos de su señor.

Ya entonces, cuando la estafa financiera de 2008, lo pudimos comprobar: la factura de aquella estafa neoliberal la pagamos (y seguimos pagando a tocateja) nosotros, los ciudadanos de a pie y nuestros servicios públicos. Los autores de aquel pufo se fueron de rositas porque, sin que nos sorprendiera demasiado, descubrimos que vivían dentro del castillo y participaban tanto de sus comilonas como de su impunidad.

Igual pasa ahora con determinados impuestos, como el de las empresas energéticas: la factura de los desastres climáticos (como el de Valencia) no se endosará a sus principales responsables (pues de hecho se les va a suprimir ese impuesto), sino que nos la encontraremos en nuestro buzón de correo con nuestra cuota alícuota de vasallaje.

El rasgo que debemos asociar a este nuevo feudalismo, por tanto, no es la libertad, sino la impunidad, privilegio que enlaza con el feudalismo antiguo.

En muchos casos ahora se unen y se suman dos tipos de impunidades (y esa es la novedad del nuevo feudalismo): la que procede vía hereditaria de la sangre, caso de nuestra monarquía, y la que procede del dinero, vía plutocracia. Esta última -impunidad financiera- pudimos comprobarla a raíz de la estafa neoliberal de 2008.

Es coherente con este intento de imponer un nuevo feudalismo, empezar por minar los logros de la ilustración, de las luces, y de la razón, es decir de todo aquello que acabó con el antiguo régimen y proporcionó libertad, dignidad y derechos a los hombres tras unos siglos oscuros y endemoniados. Debemos contemplar la resistencia actual a ese poder feudal (pues se trata aún de un intento y no de una consumación) como una labor ingente pero no imposible, y desde luego como una labor necesaria en la medida en que nos importen la dignidad humana y nuestros derechos.

No nos aletarguemos con la impresión de que se trata de una lucha inútil, y de que todo está ya perdido ante unas fuerzas tan poderosas que enredan en sus hilos neofeudales a jueces, legisladores, y políticos. Debemos perseverar, porque mientras haya democracia y uso libre de la palabra (que debemos defender con firmeza), hay esperanza.

De peores agujeros ha salido la Humanidad.