Estilo e ideas

Hay revoluciones que atañen a las ideas y revoluciones que atañen al estilo. Y luego hay revoluciones que mezclan las dos cosas: por ejemplo, oponerse al debate de ideas maltratando además el gusto.

Obviamente, quien fabrica bulos y mentiras, quien trajina en las cloacas, no cree en el debate de ideas. Tampoco el que asalta Capitolios. Creen en otra cosa.

Por eso cada cierto tiempo conviene recomendar dos libros de Umberto Eco: "Contra el fascismo", en lo que se refiere a las ideas, y "De la estupidez a la locura", en lo que se refiere al gusto.

Ir contra la ciencia es ir contra las ideas, directamente, y enlaza con aquello tan rancio, y en su tiempo tan "futurista" de "Muera la inteligencia".

Prodigarse en amenazas de muerte a científicos, a políticos de signo contrario, y a todos aquellos que no nos den la razón, es deteriorar en grado sumo el estilo propio y caer en lo más profundo de una ciénaga.

Trump y sus seguidores (Ayuso, Milei, Bolsonaro...) son una panoplia del mal gusto y del peor estilo. Si algún artista les ronda, frecuentemente suele ser un hortera, salvadas las excepciones de rigor.

Cabe intuir que los que hicieron en nuestros días un llamamiento tribal y selvático a "desacomplejarse", pensaban que estaban fundando un nuevo estilo, posmoderno, más libre, un "futurismo" tan falso como aquel otro que en los años fascistas elogiaba la irracionalidad, la violencia, y la guerra (poca renovación es esa que nos remite a los trogloditas).

Lo cierto es que hay que perder bastantes más cosas que los "complejos" para acabar alabando semejantes cosas. Es fundamentalmente una cuestión de mal gusto.

Con frecuencia ese mal gusto se alía con el delito, por aquello de las afinidades electivas.

Bolsonaro tiene ahora problemas serios con la justicia por patrocinar golpes de estado y participar presuntamente en proyectos de magnicidio. Se empieza por perder los "complejos" y se acaba en este tipo de cosas.

No es necesario profundizar demasiado en el análisis político y de costumbres para llegar a la conclusión de que rezar rosarios delante de una sede política y en un Estado laico es de muy mal gusto. De hecho, rezar el rosario delante de sedes políticas equivale a calificar el debate de ideas de pecado laico y a la democracia de rito pagano. Demasiado burdo y grosero.

Como lo es defender el creacionismo y el oscurantismo medieval en la cámara alta de un país del siglo XXI que ya en el siglo XX vio investigar a Ramón y Cajal y ganar un premio Nobel a Severo Ochoa.

Lo que ya rebasa todo límite y falta de vergüenza es llamar a ese descenso a las tinieblas del pasado, "cumbre" trasatlántica. Más que "cumbre", lo que le conviene a ese show ultraderechista y reaccionario es el término de "agujero", o de sima, auténtica gotera en el curso de la historia y la civilización.

Burda es también la colaboración entre las cloacas franquistas y el periodismo tramposo y mercenario, en cuyos audios el lenguaje que se utiliza es directamente tabernario y mafioso. De manera que intenciones y lenguaje se describen y se califican mutuamente.

Burdo es que aún estemos esperando a que nuestra justicia averigüe quién es M. Rajoy. Que poca prisa comparada con la velocidad descocada en otros asuntos.

Todo ello junto y en variados planos define un estilo burdo y sórdido que debe considerarse ya la seña de identidad de nuestra ultraderecha renacida, tan "desacomplejada" que lo mismo puede proponer asesinar a dieciséis millones de españoles, niños incluidos, que defender el creacionismo como teoría científica, que negar el cambio climático y achacar sus desastres a una conjura de rojos, o hacer negocios con los muertos y mentir para matar civiles a mansalva en una guerra como la de Irak.

Burdo es equiparar "inmigrante" a "delincuente", imitando a Goebbels, y burdo es blanquear una dictadura cruel, como la de Arabia saudí, por exigencias del negocio de un deporte de masas.

Burdo -además de criminal- es el plan de saqueo y liquidación de los servicios públicos que se han dado los ciudadanos españoles con su esfuerzo (de varias generaciones) para su protección, y burda es la defensa del fraude fiscal y los paraísos fiscales.

Burdo es definirse como "patriota" y promover al mismo tiempo el delito fiscal o alentar el daño del propio país desde el extranjero, en servidumbre de una internacional reaccionaria que ha tomado por costumbre asaltar Capitolios y patrocinar golpes de Estado.

Criminal y burda es la debilidad de los servicios públicos, saqueados y privatizados, que ha aumentado el número de muertos en las catástrofes sobrevenidas -cada vez más frecuentes-, sea en forma de pandemia sea en forma de desastre climático.

Burdo es que un tramposo fiscal como el rey emérito siga siendo emérito e impune, y la forma del Estado que representa -la monarquía- siga siendo intocable.

Privilegio e impunidad hereditaria que ya toca que los ciudadanos soberanos decidan si aceptan o rechazan.

Burdo es que tantos años después del "truco" reconocido por Adolfo Suárez para colarnos de contrabando la monarquía, no se nos dé una oportunidad a los ciudadanos españoles -presuntamente soberanos- para decidir nuestra forma de Estado.

Digamos como nota optimista que merece la pena el esfuerzo de combatir todo esto que hoy pretende devolvernos al pasado más rancio. Confiemos en que algo tan burdo no pueda tener futuro por delante ni una expectativa duradera. Al final lo razonable y provechoso, aquello que nos permite seguir adelante a pesar de tropiezos puntuales, se acabará imponiendo.

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