No es polarización, es sorpresa

Partamos de una hipótesis: la polarización no es tal. Llamamos erróneamente así a la respuesta lógica y esperable ante una suposición exagerada.

La suposición exagerada fue que la Historia había finalizado (Fukuyama) por real decreto de los dueños del dinero, una vez que estos habían arramblado con todo, y que no había alternativa (Thatcher dixit) a la plutocracia y la dictadura del mercado. Por tanto la polarización arranca del nerviosismo producto de una sorpresa.

Efectivamente a muchos les ha sorprendido que la Historia no se haya detenido y que la resistencia al totalitarismo del dinero siga en pie. Esa rebeldía no figuraba en el programa del fin de la Historia.

Y esa sorpresa, en cuanto implica el desmentido de aquella suposición exagerada, hija por un lado de los intereses, y por otro de la credulidad que toda fe exige, lleva a una cierta frustración, y a través de ella a una cierta agresividad intolerante.

Ocurre que sí hay alternativa, y sí hay quien la argumente y defienda. De ahí el nerviosismo y de ahí la polarización, o incluso la violencia de los que pensaban que en frente no había (ni debía haber) nadie que ofreciera una versión distinta de los hechos ni planteamientos ajenos a los principios de su dogma.

Pero la vida es más real y más fuerte que los catecismos teóricos, y cuando estos catecismos, pelín totalitarios y excluyentes, hacen aguas por tantos agujeros y a la vista de todos, es lógico que los que habían trazado la ruta y capitaneaban la nave sujetos a los axiomas fantasiosos de su mapa, se manifiesten irritados. Y es a esa irritación a la que llaman "polarización". En realidad, lo único que hacen es mirar su reflejo en un espejo.

La comodidad del fanatismo teórico, aliado con intereses tan potentes y descontrolados como los que hoy desgobiernan el mundo, ha arruinado del todo en sus forofos partidarios los reflejos democráticos y la costumbre de la dialéctica. De ahí que desde ese frente no se responda ya con argumentos y propuestas contrastadas (han perdido ese hábito), sino con amenazas y violencia, bulos y trampas. A la desesperada, incluso echan mano de las cloacas.

En vez de análisis y soluciones a problemas tan acuciantes y graves como la desigualdad creciente y el cambio climático, o incluso a la más hiriente e indigna concentración de poder en un puñado de plutócratas (he aquí un nuevo feudalismo), lo que se ofrece desde ese polo al debate en curso son recurrentes acusaciones de ilegitimidad (y no se refieren al que todavía es rey y emérito), o llamadas muy directas a descuartizar a quien piense de forma diferente.

Durante las últimas décadas hemos vivido en Occidente un extremismo único y "sin alternativa", el Narciso neoliberal y su reflejo. Ahora vemos los resultados. Es hora por tanto de corregir esa deriva.

Aquella soledad excluyente del dogma neoliberal durante tanto tiempo, ha atrofiado su capacidad de percepción y hace que cualquier contradicción le extrañe y le irrite. Ese falso "libertarismo" ha adquirido, a pesar de la etiqueta, costumbres dogmáticas.

Debemos pensar que tanto nerviosismo, manifestado en posiciones tan extremas y en tanto rezo de rosario, solo es entendible desde la pérdida de habilidades dialécticas y democráticas (virtudes laicas), antes comunes y desde luego anteriores a aquella frase tan prepotente como necia de Margaret Thatcher: "No hay alternativa".

El mercado como teocracia.

Y si no hay alternativa -según dictan sus profetas- para qué discutir, para qué dialogar, para qué argumentar, y sobre todo para qué votar. Sustituyamos las urnas por los rezos y las aguas benditas, y el recuento de votos por las condenas de los pecadores al infierno.

No nos extrañe que fruto de la impaciencia característica de los dogmáticos, asalten también Capitolios, o califiquen de ilegítimo cualquier gobierno que no sea el suyo. Ni tampoco debe extrañarnos aquella escena memorable de la dama de hierro británica (hierro oxidado a estas alturas) sirviendo el té a Pinochet, asesino de urnas y verdugo de ciudadanos.

Creo que la clave está en la sustitución del consenso del Estado del bienestar, posterior a la segunda guerra mundial ("El espíritu del 45", rememorando a Ken Loach), y que dio tan buenos resultados, por este otro supuesto y forzado "consenso" neoliberal a partir de los años 80, que acabó con el consenso anterior y abrió la puerta a tantos desastres. Este último es el "consenso" deletéreo en el que quieren que comulguemos todos.

Como no ha sucedido y no va a suceder así -lo cual es lógico y era esperable-, es decir, no todos hemos comulgado ni lo vamos a hacer con una rueda de molino tan aparatosa y extremista, eso causa irritación en aquellos que afirmaron dogmáticamente -engañándose a sí mismos- que no había alternativa. Y es esa irritación la que los polariza.

Cuando se acostumbren a tener un adversario enfrente que defiende ideas distintas (costumbre muy democrática), cesará la polarización.

Comentarios
clm24.es/admin: