El traspaso

No sé si tiene algún sentido comparar este traspaso de año con un paso de frontera, o incluso con un cambio de civilización, en el sentido involutivo del término. Si es justo concretar y personalizar en él (el año que se va) una responsabilidad tan grande pero también tan difusa, algo así como un paso más hacia el desastre definitivo, o muy al contrario y desde una perspectiva más optimista, el umbral de un solsticio más luminoso. Cada cual escribirá una crónica distinta sobre esta historia que hoy pasa página.

Indiferentes a estas apreciaciones divergentes, sonarán los petardos y se lanzarán bengalas, porque es la costumbre. El fin de año es de esos momentos señalados en que nos olvidamos de la realidad para someternos (la mayoría) a los ritos de la fiesta. Aquí bengalas y allí bombas.

Como punto flaco del traspaso, el traspaso que hacemos al año que estrenamos (y a los que vengan detrás) de un planeta en peores condiciones. Ya solo con esto, no es para tirar muchos cohetes.

Leo este traspaso del año en una prensa plagada de artículos pesimistas, medrosos, y casi aterrorizados. Y todo sea dicho, no es una apreciación gratuita o fuera de lugar. En todo caso también los hay que ven esta historia y el futuro que anuncia de color de rosa. Para gustos los colores.

No es solo lo malo que se observa a diario y objetivamente, sino sobre todo la sensación (y esto es lo peor) de pérdida del control y capacidad de decisión de los ciudadanos. Vivimos o arrastramos un estado de cosas lamentable y servil, pero normalizado a golpe de imposición y costumbre, o de "conformismo", que es una forma muy insana de "costumbre" que puede acabar cristalizada en "tradición".

Parece que vamos hacia años inteligentemente artificiales y negligentemente inhumanos.

A medida que las "élites" (esas falsas élites que nos dominan) imponen su programa, todo se vuelve un poco más feo, y sobre todo más peligroso.

Y no me refiero solo a los colchones viejos y otros trastos inmundos de nuestra civilización arrojados en el seno de los bosques, síntoma y signo de una civilización arboricida y perturbada, sino también a la relación paralela y creciente entre el vaciamiento de la legalidad internacional, el incremento de las víctimas en guerras salvajes, y el poder omnímodo del dinero.

Sobre ese terreno cenagoso, la democracia va a tener muchas dificultades para crecer, y aún para mantenerse.

Sí, ya sé que en algunos sitios se sigue votando, aunque sea con algún susto intercalado, como el asalto al Capitolio de USA, y que de esas votaciones salen auténticos impresentables, pero legítimos, como Trump, Milei, Ayuso, o Meloni. En lo de "legítimos" hay que descontar en no pocos casos la acción de las cloacas y la financiación ilícita. Pero es lo que hay porque tales dopajes no se persiguen habitualmente por la justicia, aunque tengan el carácter obvio de trampas.

Lo malo es que tenemos la sensación -falsa- de que ya da igual quien salga de las urnas, porque venimos de un tiempo prolongado de gestación en que esto ya ocurría, y en que se nos entrenó para esa conformidad a la que le resulta indiferente e indistinguible quien salga victorioso en las elecciones. Tiempos de "consenso", los llaman.

Al final mandaban los de siempre, concluíamos entonces con muy buen juicio.

Y los de siempre están ahora más fortalecidos que nunca con su concentración de poder tecnológico y financiero. Y fortalecidos sobre todo por los políticos extremistas arriba mencionados, que actúan como esbirros desacomplejados de la plutocracia y que están copando en nuestros días las victorias en las urnas. Unas victorias que acabaremos lamentando.

Ahora bien, todo este panorama triste tiene su parte de realidad, pero también mucho de espejismo y fábula. Al final no resulta indiferente quién salga victorioso en las urnas, o quién asuma el gobierno gracias a alianzas legítimas.

Si somos sinceros y objetivos, reconoceremos diferencias notables en la forma de ejercer el poder y en los objetivos que se persiguen. Y la diferencia más evidente la marca ese mayor o menor servilismo a los mandatos de la plutocracia, cuyos intereses nunca serán los nuestros.

La buena noticia que debe vigorizarnos es que esa diferencia de estilos y programas destinados a transformarse en hechos, puede reivindicarse y ampliarse, y que si nos lo proponemos podemos recuperar de nuevo el control y nuestra capacidad de decisión democrática. Es decir, existen alternativas claras, económicas, sociales y ecológicas, muy distintas a la que por decreto se nos ha impuesto, y no debemos dudar ni un momento que esas alternativas pueden implementarse vía democrática para beneficio de la mayoría y el bien común.

Está demostrado que las políticas justas y solidarias, son las más eficaces social y económicamente, y estas políticas se basan en los impuestos y en unos servicios públicos potentes.

Todo lo bueno que tenemos se consiguió con esfuerzo y dificultad, pero creyendo en ello como la opción mejor y la más justa.

Lo que no podemos consentir al nuevo año que estrenamos es que sea más oscuro y terrible, con un mayor número de víctimas inocentes en guerras criminales, una mayor desigualdad económica, y un mayor número de desastres climáticos.

Debemos defendernos de un mayor pesimismo, que ya lo sería en grado paralizante, y debemos confiar en nuestra capacidad para cambiar el rumbo que ahora vemos tan negro. Y para esto es indispensable defender la democracia y recordar las dictaduras. No solo las viejas, sino también las que hoy están naciendo.

En definitiva, debemos confiar en el "progreso", concepto que ahora contemplamos de una forma más compleja e informada, más humanista y más ecológica, cada vez más conscientes de los errores cometidos en el pasado reciente y de los catecismos fracasados que debemos evitar.

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