Opinión

El séptimo sello

Para Ronald Reagan y sus fanáticos colegas, el SIDA era fruto del pecado y los pecadores tenían que expiar sus culpas, no recibir atención sanitaria.

Para los estafadores financieros de 2008 (que descendían de aquel profeta actor), su estafa era fruto de nuestro pecado (habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades) y la vía para nuestra purificación era el austericidio.

Para los nietos ideológicos de aquel creyente, caso del famoso Macron, la abundancia pecaminosa ha sido la nuestra no la suya, y el fin de la abundancia conducirá a nuestra penitencia, dado que su abundancia es intocable y procede de la virtud.

Que la posmodernidad conduciría al infantilismo y paradójicamente también al dogma, era previsible.

Un rasgo propio de esta regresión psicológica es negarse a mirar la realidad de frente, sobre todo cuando esta realidad adquiere apariencia o carácter monstruoso. Ya lo vimos durante la pandemia.

Hoy podemos contarlo porque algunos científicos son adultos o cuando menos están entrenados para mirar a los monstruos de frente, se trate de un agujero negro, de una estafa financiera, de un cambio climático, o de un virus mortal. Lo miden, lo describen, y si hace falta lo combaten.

En un gesto automático que no hemos olvidado, ante determinadas realidades o espejismos (todo cabe) nos escondemos bajo las mantas. Regresamos a etapas infantiles de nuestra psique.

Por otro lado, posmodernidad y medievo se nos aparecen hoy como caras de una misma moneda, una especie de bucle que se retroalimenta. Y así comprobamos que la economía de los oligarcas (tan posmoderna) hace buenas migas con la autoridad de los popes salidos del armario (tan medievo, medievo). Nos falta un Rasputin de mirada hipnótica para completar el cuadro retro.

Fruto del desconcierto que produce este nuevo milenarismo neoliberal (si podemos llamarlo así) es la regresión mencionada y la negación de la realidad presente.

Que neoliberalismo y milenarismo pudieran converger en esta encrucijada histórica es algo que se le escapó a la mirada experta, creyendo erróneamente que aquella teoría económica era hija de los hechos y no de la fe.

Sin embargo para muchos, quizás no tan expertos pero más sabios, era evidente que ese neoliberalismo, así vendido como novedad, era un arqueoliberalismo (y además de orden religioso) que podía acelerar en cualquier momento el viaje hacia atrás en el tiempo, como de hecho ha sucedido.

Aquello de "Ideas de los castillos: liberalismo y democracia" de Ortega y Gasset, que es la peor manera de enfocar la libertad y el liberalismo (en modo regresivo y en definitiva como una propuesta de divorcio entre liberalismo y democracia), puede servirnos de referencia para entender la situación actual.

¡Y qué actual resulta todo esto cuando hace dos días, Macron, el político neoliberal, ha anunciado no el fin de la Historia, como Fukuyama, sino el fin de la democracia, como Ortega!

Castillos y naves espaciales, medievo y posmodernidad. De los vacíos esteparios de la España vacía y feudal a los vacíos interestelares que solo podrán habitar los muy ricos.

En la cultura política occidental se percibe constante una tendencia subterránea que ensalza el gobierno de unos pocos, sean esos pocos "los sabios" a los que se refería Platón o los plutócratas que pueden comprar fácilmente a esos sabios. Casi siempre esto último.

En definitiva una corriente antidemocrática que bebe en las fuentes del filósofo griego, el cual ya lo intentó con el tirano de Siracusa, y del que Karl Popper no se fiaba mucho, al menos en lo que se refiere a su programa político, que ya apuntaba al nazismo y la eugenesia que vino después.

El impacto que ha supuesto la guerra de Ucrania puede llevarnos a pensar que todo el desastre actual se debe a este evento. Sin embargo, a poco que recordemos el pasado inmediato, tenemos que reconocer que las cosas ya se habían puesto muy feas antes de esa ofensiva bélica, y por tanto las raíces del mal son anteriores y más profundas. La guerra de Ucrania solo ha sido la guinda que ha completado este pastel.

Hay quien opina (opinión muy respetable) que el poder intenta inocularnos miedo. Esto ocurre solo en parte para que cedamos en la distribución del nuevo sacrificio, y que este sea favorable a los mismos de siempre. Pero lo que intenta sobre todo el poder es inocularnos indiferencia y mejor aún ceguera. Bien saben que las dimensiones del problema y sus causas, aconsejan discreción y sobre todo distracción.

Leo algún articulista que opina que la mejor manera de afrontar estos tiempos convulsos es entregarse a las danzas macabras o a las bacanales, dos modalidades de danza bajo la inspiración de Eros o de Tánatos, según los gustos.

No es mala idea después de todo y está en la línea de la intelectualidad líquida y relajada, para la cual es objetivo primordial no enterarse demasiado.

Ingresar en el gremio de las bacantes es más divertido (y divertirse es la prioridad número uno) que ingresar en el gremio de los disciplinantes en procesión.

El optimismo, que duda cabe, es saludable, pero creer excesivamente en la banalidad del mal (a estas alturas de la Historia finalizada), peca de ingenuo.

No sé por qué todo esto me recuerda bastante a la despreocupación jubilosa con la que Margaret Thatcher se tomaba el té con Pinochet, asesino infame y liberticida.

Una vez más tenemos que felicitarnos por esa oportunísima película que al mismo tiempo nos advierte y nos divierte:

"No mires arriba" ("basada en hechos posibles").

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