Opinión

Dogma y sentido común

Casi todos los desastres y crisis que hemos vivido no solo en los últimos años sino durante las últimas décadas, tienen un mismo condimento: el dogma neoliberal.

Es este un extremismo que quedó dueño del cotarro por falta de contrapesos a partir de los años 80, en que se impuso urbi et orbi como pensamiento único, o sea como catecismo dogmático.

Es sabido que lo peor que le puede ocurrir a un pensamiento, precisamente por ser solo uno, es quedarse más solo que la una, que es lo que le pasó a este dogma. Eso inicia necesariamente una dinámica dogmática y obsesiva, cerrada al debate y por tanto irracional.

De naturaleza económica, su dogma ha impulsado otros extremismos anexos, porque de extremismo puede motejarse la corrupción política que al menos en nuestro país ha tenido un impacto enorme en pilares fundamentales del Estado, como la justicia o la propia jefatura del Estado. Aunque en este último caso no sabemos en qué medida ha influido la doctrina neoliberal, que promueve y favorece la corrupción (con sus “desregulaciones”, comisiones bajo cuerda, puertas giratorias, etcétera), o la doctrina monárquica, que favorece la impunidad.

El gran motor de la polarización política que se ha ido fraguando durante estas décadas a partir de los ochenta (y conviene distinguir entre el tiempo de su incubación y el tiempo de su manifestación explosiva) ha sido la desigualdad creciente, una de las consecuencias más características y esperadas del dogma neoliberal. Y un impulso fundamental también para esa desigualdad ha sido la corrupción (los corruptos juegan con ventaja), consecuencia a su vez de la falta de controles o “desregulaciones" que propugna el neoliberalismo. Por tanto cuando los neoliberales hablan de libertad (que suele ser todos los días) no se lo crean. En realidad hablan de privilegio, impunidad, y corrupción a espuertas.

Aunque el neofascismo tenga su auge en este momento, la génesis de este repunte extremista de la ultraderecha comienza antes. Y concretamente cuando en el torbellino de los años 80, los partidos socialistas de aquel entonces (en nuestro caso el partido de González) tiran por la borda el ideario socialdemócrata y sus logros, y se pasan en bloque al bando neoliberal, actuando incluso, cuando les corresponde gobernar, con mayor desparpajo y violencia contra los derechos laborales y sociales conquistados. Su etiqueta de "socialistas" les permitió actuar durante mucho tiempo con ese descaro ayudando a profundizar la grieta social. Sus guías espirituales fueron muy pronto (desde los mismos años ochenta) Ronald Reagan y Margareth Thatcher. Ese PSOE ya no existe. Está en proceso de reforma.

Con el 15M se vivió la quiebra de todo ese estado de cosas, largamente incubado, y se produjo un cambio de ciclo. Aparecieron voces discordantes, rebeldes al pensamiento único y el catecismo neoliberal (con el precedente muy meritorio de izquierda unida y Julio Anguita), y aparecieron también nuevas formaciones políticas destinadas a ser receptoras de esa protesta en forma de alternativa regeneradora. Al pensamiento único, bastante intoxicado de sí mismo, le salió competencia.

Un efecto positivo de esta respuesta es que la corrupción profunda (recuerden las cloacas del PP, recuerden nuestra jefatura del Estado) apalancada y muy segura de su impunidad, que ha dominado nuestro país todo este tiempo, hoy no las tiene todas consigo. Comienza a aventarse y conocerse (aunque falta mucho por hacer en este sentido), de manera que hoy y gracias al espíritu que alentó en el 15M, los corruptos en nuestro país lo tienen más difícil para imponer su relato y llevar a buen termino sus fraudes. La calidad de nuestra democracia tiene por tanto más oportunidades de mejora.

Lo ocurrido en torno a nuestra monarquía y jefatura de Estado es un ejemplo de todo ello, y no es casual.

Digamos por tanto que el auténtico extremismo ha sido ejercido durante todos estos años por el oficialismo neoliberal (no podía ser de otra forma si atendemos a la naturaleza de su dogma), y las alternativas surgidas el 15M, como PODEMOS, han venido a rebajar ese extremismo que ha colocado a nuestra sociedad en una situación muy complicada. De hecho se constata que por influencia de esta formación política (que influye en el gobierno de coalición, como no podía ser de otra forma) y otras parecidas en Europa que surgieron al alimón y como respuesta a unos mismos abusos y a un mismo deterioro de la democracia, el ideario y las soluciones socialdemócratas han vuelto a ocupar el escenario con un protagonismo evidente. De aquel "No hay alternativa" de entonces, tan dogmático y tan rancio, al "Si hay alternativas" (en plural) de ahora mismo.

Hoy en día el sentido común abierto al futuro en Europa tiene inspiración socialdemócrata y ecologista, y el dogmatismo gripado tiene rostro neoliberal.

Nuestra derecha, que tiene a gala ser una de las más radicales y retrógradas de Occidente, y que ha aprendido de Donald Trump el uso de la posverdad, llama a este retorno de la socialdemocracia al primer plano de la actualidad política: "bolivarismo". Claro que a los que piden que se respete el mandato constitucional de progresividad fiscal los llama "felones". De hecho para esta derecha nuestra, tan descentrada, no solo es bolivariano el Papa Francisco sino la propia presidenta de la Comisión europea, que por cierto es de derechas... pero civilizada.

Frente a las crisis que se han ido sucediendo, los partidos clásicos, es decir los partidos del extremo-centro, es decir los partidos neoliberales (y ahí incluimos un cierto PSOE ya superado y al PP de siempre), han respondido incrementando la desigualdad y por tanto la polarización. Recuerden el austericidio como respuesta a una estafa financiera de alcance casi universal, que era para haber acabado espantados y hartos de la ideología que la motivó.

Hoy ese modus operandi y los partidos que lo promueven parecen superados no solo por las circunstancias sino por la Historia que, contradiciendo su dogma, no se detuvo en la estación neoliberal.

Hay algo sin embargo que debe preocuparnos: esta respuesta y esta reacción hacia el sentido común ha tardado mucho (décadas) en producirse. Todo el daño ocasionado durante todo este tiempo en nuestras sociedades hace su aparición explosiva ahora en forma de desigualdad y neofascismo, que toma impulso en un descontento social cuya génesis ha sido larga y profunda.

Si la respuesta socialdemócrata, que hoy es la apuesta de futuro, se hubiera producido antes o la impostura del socialismo oficial no hubiera durado tanto en su colaboración con el dogma neoliberal, nos habríamos ahorrado, mediante una política social bien gestionada, esta consecuencia disolvente que hoy nos amenaza a todos: el de un fascismo envuelto en el envoltorio de la posmodernidad y que como en otros momentos de la Historia no es sino el último estertor de un poder ineficiente, corrupto, y sin ideas.

Comentarios