Compadecerse

Si en el plano teórico o de los "principios" (por ahí se empieza) alguien intentase hacer hoy una apología de la compasión, es probable que se le tildara de ñoño, cursi, o hipócrita.

Se diría también que son tantas las tragedias actuales que necesitan de compasión, que el ejercicio de esa virtud se hace poco práctico y poco realista. No sabríamos por donde empezar, si por los niños ucranianos o los niños palestinos, sin olvidar a los menores no acompañados que están ya con nosotros y en nuestro propio territorio. Y no sabiendo por donde empezar, mejor quedarse quieto y no hacer nada. Además ¿Qué podemos hacer nosotros que tuerza el curso de los acontecimientos que deciden sin consultarnos los más poderosos?

Compadecerse, o sea ponerse en el lugar del otro, parece hoy un idealismo antiguo y pasado de moda. Por ejemplo ponerse, aunque sea retrospectivamente, en el lugar del prisionero de un campo de exterminio nazi, que en cualquier momento puede ser torturado, ahorcado, o gaseado. O en el lugar de un civil palestino, mujer, niño, o adulto, que en cualquier momento (y hablamos de hoy mismo) puede recibir un disparo o el impacto mortal de una bomba, y que mientras algo de eso ocurre, va siendo asesinado lentamente por el hambre y por la depresión constante que produce enterrar a los muertos. Al menos los muertos que no permanecen aún bajo los escombros.

La gente, que no está "civilizada" del todo digan lo que digan los tecnócratas, por lo general es compasiva, y obra así por un instinto primitivo y muy humano que la impulsa a compadecerse. En este caso, el lastre de un análisis teórico o político cede ante algo más inmediato y universal. "No es política, es humanidad", decía un manifestante de Madrid durante la protesta coincidente con la carrera ciclista. Y en ese concepto "humanidad" (o "humanitario") parece inscrito un código de comportamiento tan antiguo que supera con mucho los imperativos del negocio del momento.

El mensaje cristiano original aprovechó ese mandato natural y lo consolidó en un dogma benéfico: "Trata a tu prójimo como quieras que te traten a ti".

La base y fundamento de esa enseñanza la encontramos en todas las culturas antiguas. Sin embargo en nuestra posmodernidad belicosa y competitiva, es difícil encontrar algún rastro o influencia de ese aforismo. No forma parte del paradigma ganador.

Este principio ético que traduce el instinto natural que hace posible compadecerse del prójimo y de ponerse en su lugar, constituye un pilar fundamental del Derecho internacional y de la civilización humana. Probablemente es la base también de ese deber sagrado -tan sabio como antiguo- de la hospitalidad.

No sé si Nietzsche combatió o fue consciente de lo que suponía combatir y despreciar olímpicamente y desde la inteligencia fría, sin emoción, la compasión. Pero los nieztschianos convencidos y furibundos, a los que las obras de aquel filósofo insigne se les indigestó bastante, adoptaban y siguen adaptando en este tema una pose enérgica y espartana, hiperbórea y guerrera, que les lleva a considerar la compasión un signo de debilidad.

Las indigestiones teóricas, supermodernas y futuristas, a veces producen monstruos arcaicos, como vemos que ocurre cuando el elogio de la libertad, tan falseado ahora, degenera en una suerte de totalitarismo del dinero o en un feudalismo de nuevo cuño.

O degenera también en las persecuciones políticas y la censura de ideas en la "nueva" América de Trump, que en este momento está impulsando una "vieja" y conocida caza de brujas al estilo del senador McCarthy.

Cuentan que Hitler en un momento dado envió a Mussolini como regalo consolador -al menos en el plano teórico - las obras completas de Nietzsche encuadernadas lujosamente. Ambos eran ya víctimas en ese momento de sus respectivas indigestiones teóricas. Por cierto, ambos "superhombres" nieztschianos acabaron bastante mal. No sé si al final se compadecieron el uno del otro.

Desde luego el rabí judío -el rebelde de Galilea- que dio origen al cristianismo, ni fue tecnócrata ni hacia cálculos geopolíticos. No estaría hoy entre los que justifican el genocidio en Gaza con disquisiciones bizantinas, como está haciendo nuestra derecha más rancia siguiendo una tradición bastante necia.

Si nuestra derecha metió la pata hasta el fondo no hace tanto, justificando y apoyando los crímenes de guerra en Irak (aún pendientes de juicio y condena) bajo la inspiración de Aznar, ese error no fue desde luego motivo de aprendizaje y no parece que vayan a corregirse y acertar ahora que siguen en lo suyo, o sea en lo mismo, y bajo un control ideológico similar.

Como no parece querer acertar tampoco la ultraderecha americana, ahora encarnada por Trump, que propone estos días poner a Tony Blair al frente de un supuesto plan de solución para Palestina, pero sin los palestinos.

¡Tony Blair! O sea, otro de los conocidos patrocinadores y promotores de los crímenes de guerra en Irak, puesto a la cabeza de la tarea de gestionar las consecuencias del genocidio en Gaza.

Nuestro mundo se sume de nuevo en el delirio, el absurdo, y la desvergüenza.