Opinión

Como decíamos ayer

Como decíamos ayer, tras un breve paréntesis menos ancho que profundo (casi un abismo), estamos donde estábamos. Es decir, al principio.

Tras intentar el más allá estamos de nuevo en el más acá, o en todo caso no hemos avanzado mucho. Al menos en el sentido horizontal de quién persigue un horizonte, todo lo más en el sentido vertical de quién cae en picado. ¿Y esto por qué?

Habrá quien hable de "rémora" y de "lastre", en todo caso de un peso muerto adherido a nuestra espalda y con el que no es posible avanzar. No hemos hecho del todo la transición de la dictadura, y ni siquiera hemos intentado la transición de la corrupción.

En cuanto a esta última, muchos pensaron que una vez más el tiempo haría su labor, y tras el olvido vendría la impunidad, el eterno retorno de lo mismo, la inevitable desidia de quien consiente. Pero no. Cada vez se consiente menos, y muchos ya no colaboran en la desidia. Esa falta de colaboración en la estafa es lo algunos se empeñan en llamar populismo. Que lo hay, pero no está ahí. Está en todo caso en determinadas Instituciones y en determinados medios manipulados.

Amén de otros asuntos. Dice Inés Arrimadas (entrevistada hoy por El País) que “el nacionalismo crece en los países enfermos, en los países que no funcionan". Pues eso. 
Pero ocurre que son ellos (junto al PSOE) el principal sostén de ese morbo, y el principal apoyo para esa enfermedad.

El nuevo equilibrio del desorden global sigue sin echar raíces, ni siquiera en lo local. Más que reunión hay disolución. Nuevos átomos de soledad, repetidas ráfagas de violencia. No todos ven el futuro de la misma forma, ni comulgan en el  pensamiento único del capitalismo salvaje.

Como si el nuevo sistema fuera eso: violencia con intención de unificación. O de clasificación. Un nuevo feudalismo. Y lo que produce, paradójicamente, es disgregación. Una nueva confrontación. Un nuevo desorden a escala global.

Los efectos de la corrupción prevista (una constante inevitable del sistema, según algunos) son cada vez más duraderos y están más presentes. Quizás porque esta vez la corrupción y la miseria que arrastra fue gestada con intención de futuro, de epílogo de la historia, de solución final. Y al final no hubo solución ni tampoco hubo final, sino un presente siempre inestable, asfixiado bajo su peso muerto, y agitado por su falta de futuro.

Cargamos con un pasado inmediato (mas otro que viene de atrás) poco recomendable, como quien carga con un saco de patatas echadas a perder. Intentamos ventilar el almacén e intentamos desconocer lo que sabemos. Pero es imposible.

No conseguimos homologarnos. Seguimos diferentes.

Se dice que todo depende de la dosis. Y esta vez la dosis se ha superado con creces. 

Intentar digerirla es intoxicarse.

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