Opinión

Ciudadanos adultos y héroes abuelos

En realidad un ciudadano adulto es aquel que tiene memoria, no en forma de rencor, sino en forme de ajuste de cuentas, que suena mas...

En realidad un ciudadano adulto es aquel que tiene memoria, no en forma de rencor, sino en forme de ajuste de cuentas, que suena mas matemático. No se trata de poner las tripas sobre la mesa, sino de echar la cuenta de la vieja.

Así como los gobiernos tecnócratas, troikas, premios Carlos V, y demás archiperres mecánicos, saben ajustar sus cuentas por derroteros extraños y con un par de pelotas de acero, es decir, endosando la deuda de la estafa a los estafados (que ya tiene mérito la geta metálica que le echan), los ciudadanos aspirantes también debieran esforzarse un poco, y proceder por razones aritméticas a depositar en urna las hostias correspondientes a esas caricias.

Esto que parece de Perogrullo, no siempre es así, entre otras razones porque no todos los ciudadanos se aplican al noble arte de abrir los ojos y obrar en consecuencia. Y además, la velocidad de los tiempos tiene distraída la inteligencia y desvaída la memoria.

¿Cómo se construye un silogismo?

Con premisas, inferencia, y conclusión.

En esto nos llevan ventaja los abuelos, que tienen mas trabajada la biografía, aposentado el espíritu, y la vista entrenada y trufada de recuerdos.

Pero por lo general están arrinconados, y solo recuperados como canguros, o en último extremo, reciclados como sostenedores pensionistas de la pobreza familiar.

Tanto si el “moderno” vive desahogado, como entregado a la codicia esclava de las horas extras y los objetos de lujo, el familiar “antiguo”, el “viejo”, ese que tiene una historia que no se la salta un gitano, estorba y sobra.

Cuantos exiliados a tugurios dantescos, en estos tiempos rufianes.

Cuanta experiencia perdida, y cuanta dignidad maltrecha.

En otros tiempos más saludables, se contemplaban las palabras que salían de sus bocas, como el producto de muchos experimentos y quintaesencia de la verdad empírica. En gran medida, todo esto se ha perdido en nuestra sociedad del espectáculo pueril, llena de consolas pero huérfana de consuelos.

Ensimismada en hazañas virtuales, y acoquinada por “crisis” artificiales.

Sin embargo España es tierra de pobres, donde el hambre, según que ciclo de miserias, espabila el alma y enseña latín. Y según merme la tontería, crecerá la humanidad. No perdamos la esperanza.

Un hombre un voto. ¿No vamos a poder entre todos contra este fraude? ¿Será esta una vana esperanza?

Mientras tanto comienza el circo electoral.

Estamos que lo regalamos. Enfundamos el cuchillo y regalamos jabones para lavar la memoria.

Básicamente este el deporte preferido de los “intermediarios”: el ejercicio gimnástico de la desmemoria, la especulación sobre el valor de las promesas, el voto como mercancía, el programa como trampa, el vano estruendo de la piñata, y los atolondrados palos de ciego.

Tiempo es este, lleno de altavoces, falsos caramelos, mentiras ciertas, y olvidos programados.

Si echamos la mirada hacia atrás, hacia estos años de triste epifanía, comprobamos que salvo raras excepciones, el pueblo ciudadano ha estado mas solo que la una, bajo un sol de injusticia.

Y mientras el “común” sudaba sangre, los gerifaltes borraban huellas, y meditaban en el esfuerzo de adjudicarse las medallas.

Muchos han rebuscado en los contenedores, muchos han huido, muchos han muerto. Entre tanto, los padres de la patria se fumaban un puro y miraban los toros desde la barrera. O en su estilo, rellenaban crucigramas constitucionales.

Son los ciudadanos de a pie, los que en improvisadas organizaciones se han batido el cobre en la arena, y se han dejado la piel entre las uñas de la necesidad.

Ellos son los que han denunciado y combatido la estafa.

Muchos abuelos han estado en esas refriegas cívicas, ninguneadas y apaleadas por el “régimen”, acompañando a los hijos, acompañando a los nietos, o sustituyéndolos.

Yayo-flautas. Abuelos radicales. Antisistema.

Hessel, Saramago, Sampedro… Se han ido, pero han dejado su ejemplo.

Casi en vísperas de cerrar sus ojos terrenales para siempre, Stéphane Hessel abrió los de los demás con su protesta indignada. Vida cumplida, vida gastada, pero la humanidad intacta.

Un último regalo, de un abuelo que se despide sonriendo y luchando.

Y como el, tantos abuelos.

Y no lo hacen buscando premios, pero el premio Carlos V de Barroso, que no ha hecho otra cosa que bendecir la estafa, yo se lo habría dado a estos abuelos dignos, por sus últimas y heroicas lecciones.

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