Opinión

Biorritmos

Más allá del hecho contrastado y empírico que confirma fehacientemente que desde la revolución francesa a este parte, este país perdió...

Leo titulares y noticias de prensa:

  • (Banco Madrid): “Directivos cercanos al PSOE en la cúpula de la entidad”.
  • “PP y PSOE se unen para impedir la reprobación de Aznar por sus negocios en Libia”.
  • “Detenidos dos delegados de la Junta andaluza por los cursos de formación” (Apenas un día después de la victoria electoral del PSOE andaluz)

Más allá del hecho contrastado y empírico que confirma fehacientemente que desde la revolución francesa a este parte, este país perdió su oportunidad histórica y definitivamente la cabeza (aunque donde rodaron las susodichas fue en el país vecino), lo cierto es que ese atolondramiento mantiene un rigor, una línea, y una unidad de destino en lo local, que pasma y sorprende en lo universal. Es decir, visto desde fuera.

Vamos a donde nos lleven, aunque siempre en la misma dirección, dando vueltas y más vueltas, y bendiciendo el palo y la zanahoria.

Nos ponen un autocar, nos regalan un bocadillo, y no dudamos ni por un momento que nuestro protagonismo histórico se esconde tras el postre y después del mitin.

La Historia nos ha hecho así, de siglo en siglo, de despotismo en despotismo, de desengaño en decepción. ¿Qué coño nos pasa?.

Ni la incorporación a Europa, ni el escenario democrático, han cambiado nuestro destino circular. Lo nuestro es pasear bajo palio a los jefes. Aunque sean unos impresentables mangantes.

Incluso ya sin matices ni paños calientes, nuestros dos principales y “tradicionales” partidos (PP y PSOE), lo defienden: es necesaria e inevitable una buena dosis de despotismo. Y ya no ilustrado, sino deslustrado con grasa y pringue de chorizo.

Si nos preguntáramos por que ahora la corrupción proverbial y tremebunda del PP ha merecido castigo, y por que la corrupción proverbial e igualmente trágica del PSOE ha merecido premio (andaluz), no encontraríamos respuesta lógica ni aunque la buscáramos con lupa, ni más explicación que la cíclica desmemoria que define y sostiene al bipartidismo y alimenta su impunidad.

Es lo que toca. Como la primavera después del invierno, pero sin que brote nada nuevo ni se espere fruto sano de honesta flor.

Los imperativos de estos biorritmos políticos son tan fuertes, su fatalismo tan siniestro y preocupante, nuestra memoria tan débil, nuestra ilusión tan blanda, nuestro estómago tan agradecido (basta un bocadillo de calamares) que los batacazos y los desastres que crónicamente nos administran no necesitan ser distintos, sino sólo sucederse.

Van y vienen, flujo y reflujo, inspiración y espiración: ronquidos de siesta.

Y en estos biorritmos, en este tiovivo ciclotímico solo late un corazón: el de la corrupción, el de la ilegalidad, el de la falta de dignidad, el de la farsa que aceptamos dócilmente.

Entrenados e indiferentes por la sucesión hipnótica de la ausencia de sucesos que siempre nos ha sucedido, desde nuestro naufragio histórico a esta parte vamos a la deriva.

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