Opinión

Pico de oro

En una de sus últimas entrevistas, recuerdo que Rafael Chirbes se sorprendía de lo bien que hablaban algunos escritores.  Admiraba  su elocuencia, su capacidad de comunicación, utilizando los artificios expresivos de una buena retórica, los ademanes propios de la expresión oral.  Esos escritores transmitían muy bien a un auditorio cualquier idea, cualquier pensamiento,  por lo que  la consecuencia inevitable era  la lectura de su novela, encontrar en un texto escrito todas las maravillas, porque no podían defraudar, y  hallarían la sabiduría demostrada delante de todos, como el juglar que antaño recitaba sus historias de pueblo en pueblo.  Sin embargo, solía ocurrir que a la hora de utilizar la letra impresa no eran tan brillantes aquellos buenos comunicadores, que enamoraban con el ejercicio de una labia desbordante. Entonces el gran escritor valenciano, que falleció este verano,  explicaba la diferencia entre transmitir oralmente y  escribir,  ejercicio donde  aparece el fantasma de la página en blanco.

Pues bien,  en las tertulias televisivas, en los debates, en los foros públicos  aparecen nuestros políticos, caracterizados como estrellas de cine, en  algunos casos idolatrados, por la propia pose de su popularidad.  Todos tienen un “pico de oro”,  en el sentido de que utilizan la palabra de una manera ingeniosa, como el  malabarista utiliza hábilmente  unos anillos, pero nos quedamos con la duda de que su eficacia comunicativa sea válida para planificar, dirigir o trabajar  en el absoluto silencio, sin el premio del aplauso. No se trata de  tachar de superficiales a los buenos comunicadores, pero a veces nos cuesta distinguir  la diferencia  entre   un estudio de televisión, el congreso de los diputados o una  feria y sus vendedores de tómbolas.

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