Elegir entre fútbol o cultura no debería ser un dilema ni una disyuntiva, como si nos fuera la vida en similar elección; sin embargo el gobierno español se ha decantado por el fútbol, suponiendo que este espectáculo es de interés general. El ministro de sanidad Salvador Illa lo vio claro. Después de contemplar las imágenes de botellones y concentraciones de jóvenes, entendió que los referentes morales de la juventud en España no son los intelectuales y sus parrafadas filosóficas, sino los futbolistas de élite y todo su boato. El propio ministro de cultura, en la prolongada desescalada de esta pandemia del coronavirus, ha dedicado más tiempo a la vuelta de la liga de fútbol profesional que a la apertura de cines y teatros.
A todos nos costaría mucho definir la palabra cultura, pero no es tan difícil explicar que el espectáculo del fútbol aglutina lugares comunes en una conversación, sintetiza la emoción y la evasión, a partes iguales. El escritor Juan José Millás siempre reconoce que no le gusta el fútbol y que no le interesa nada, pero hay tanta sobreinformación en los medios que, sin quererlo ni desearlo, sabe perfectamente el estado de forma de Leo Messi. Se dice que el fútbol es un germen de riqueza económica y que es una marca España, de reconocimiento internacional. Yo simplemente creo que a los ciudadanos el fútbol solo nos sirve para responder en un aeropuerto si somos del Real Madrid o del F.C. Barcelona, para comprobar que realmente somos españoles. Por desgracia, los tópicos y el pintoresquismo siempre campan a sus anchas y piensan que aquí todos somos forofos, como antes ante se creía que éramos amantes de la tauromaquia.
La cultura no necesita tanta parafernalia, pero sí mucha ayuda y sobre todo respeto. Cualquiera con un bolígrafo y un papel puede hacer cultura, porque la escritura es un puñado de ideas que sirven para que mejore la sociedad. Si nos atenemos a la propia etimología de la palabra, la cultura es un cultivo, como si fuera un huerto donde están los alimentos necesarios para sobrevivir.