La España en la que nunca pasa nada

En la obra teatral de Lope de Vega Un villano en su rincón, un labrador presume de una vida plácida sin necesidad de conocer el bullicio de la corte. El genial dramaturgo retoma el tópico clásico de aquel que se aleja de la gran ciudad para vivir en el campo donde nunca pasa nada. Este ensayo del sociólogo Sergio Andrés Cabello explora esa España que no aparece en los medios de comunicación y que es un territorio amplio, formado por pueblos y ciudades medias y pequeñas. Hay una crítica a la superioridad moral del urbanita frente al provinciano, como si tuviera culpa de tal desigualdad y de que no llegue el desarrollo económico, debido a los recursos que acaparan las grandes  ciudades.

Parece que todo ocurre en Madrid o Barcelona, porque los eventos culturales, deportivos y las disputas políticas se desarrollan en esos foros donde el anonimato y el trasiego continuo de personas son las señas de identidad. Esto es muy atractivo para los que viven en ciudades pequeñas y pueblos donde impera el llamado control social que provoca un ambiente asfixiante como leemos en La  Regenta,  la obra maestra de la narrativa del siglo XIX, con historias que giran en torno a Vetusta. El tedio y el aburrimiento también aparecen en la película de Juan Antonio Bardem Calle Mayor que refleja la vida de una ciudad de provincias donde todos se conocen y se saludan cordialmente, pero también se sienten observados y vigilados.

Del término de la España vacía hemos pasado a la realidad de la España vaciada, que es la del éxodo continuo del medio rural hacia las concentraciones urbanas donde el desarrollo industrial y turístico es más potente y continuo.  El desajuste poblacional provoca que haya provincias que pierden habitantes incesantemente, mientras otras están desbordadas con problemas de mala planificación en los servicios públicos, como la sanidad, la educación y sobre todo la vivienda, que cae en manos de especuladores sin ningún tipo de piedad.  No obstante, en la España en la que nunca pasa hay supervivientes como el señor Cayo, personaje literario de Miguel Delibes,  que  simboliza una forma de vida que ya está desapareciendo, puesto que las autopistas de la conexión digital unen y desunen territorios al antojo  y capricho de una modernidad, que  en muchas ocasiones responde a los intereses de los fondos de inversión.