Opinión

España fea

Con este provocador título, el periodista Andrés Rubio presenta su ensayo sobre los males provocados por la especulación inmobiliaria, que ha conseguido que asumamos el feísmo estético como algo normal en las construcciones de edificios de la costa, arrasada por el turismo, al igual que en cualquier ciudad en la que se nos roba la belleza de un paisaje. La foto de portada es significativa, porque aparece el hotel El Algarrobico, a la espera de la demolición que nunca llega.  Se construyó en un suelo no urbanizable de especial protección del Parque Natural de Cabo de Gata.  Andrés Rubio indica que esta forma de hacer construcciones indebidas es una mala herencia del franquismo, porque en sus últimos años se impuso un desarrollismo donde todo valía para el lucro de unos pocos.

En cambio, Francia sí supo proteger a tiempo su litoral con normativas que impidieran lo que sí ha ocurrido en nuestro país. El mejor chovinismo posible es defender que el paisaje no sea alterado y que la naturaleza siga su curso. El genial arquitecto César Manrique, fallecido en 1992, ya se quejaba amargamente de una mala gestión urbanística en las Islas Canarias, sobre todo en las playas paradisiacas de Lanzarote. Pero hay también atentados de este tipo en las ciudades del interior del país, ajenas al bullicio y a la riqueza de un turismo al que nos entregamos desmesuradamente. Por ejemplo, en Ponferrada la Torre de la Rosaleda es el rascacielos más alto de Castilla y León, un edificio que es el símbolo del boom inmobiliario, con una estética vanguardista en una clásica ciudad castellana.

Viajar por una España fea es recorrer un país que no tiene respeto por la importancia de ver el paisaje con la categoría y honor de un patrimonio.  Si hacemos una foto de la Puerta de Alcalá, en Madrid, irremediablemente observamos la Torre de Valencia, que es una referencia de esa arquitectura brutalista, ajena al sentido común.   En Toledo corre peligro la vista de esa ciudad arracimada que disfrutaron artistas como El Greco o los viajeros que divisaban una ciudad única, desde el entorno natural del río Tajo.

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