Opinión

El más allá

Antes de que se utilizara el término técnico de la gentrificación, para referirse a la expulsión de los ciudadanos del próspero centro  de las ciudades, ya utilizábamos otros términos como “irse al más allá”. Recuerdo que en la película de 1988 “Bajarse al moro” de Fernando Colomo se decía  esta expresión. La adaptación cinematográfica de la genial obra de teatro de José Luis Alonso de Santos, estrenada unos años antes, presenta la vida del castizo barrio de Lavapiés.  Sus habitantes vivían en corralas humildes, y con muchas limitaciones económicas. Por eso, los jóvenes ya no podían seguir allí y para formar una familia, tener una vivienda digna, que pudieran pagar, se marchaban a localidades lejanas del centro de Madrid, como  Móstoles.

El fenómeno de la gentrificación es muy antiguo y siempre los perjudicados son los mismos. El barrio de Lavapiés en Madrid es un barrio gentrificado, que expulsa a sus vecinos a la periferia, pero en el siglo XIX era todo lo contrario, era el receptor de los habitantes que ya no podían vivir en el  centro de la capital, cuyo núcleo neurálgico era la Plaza Mayor. Así pues, recordamos, al leer “Fortunata y Jacinta”, los escarceos amorosos que hacía el burgués Juan Santa Cruz, que descendía desde la Plaza de Pontejos al barrio obrero de Lavapiés, donde vivía su amada Fortunata.

No podemos considerar  que el progreso urbanístico sea el de ensanchar las concentraciones urbanas hasta límites insospechados. Hay unos  intereses especulativos, que evitan toda planificación racional del uso de la vivienda, como podría ser la creación de viviendas de protección oficial. La gentrificación lo que provoca es que los viajes de ida y vuelta  hacia el trabajo, los lugares de estudio, las oficinas de la administración sean cada vez más largos e intensos, provocando la pérdida de tiempo en desplazamientos.

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