Opinión

Los fallos y las fallas

El pasado martes, en apenas ocho horas, dos mujeres y dos niñas fueron asesinadas, víctimas de la violencia de género, en diferentes crímenes sobre cuyos autores habían dado señales de alarma sus parejas. La víctima de Bilbao la había denunciado ante la Policía Municipal. La mujer asesinada en Maracena (Granada) presentó una denuncia que después retiró y, según sus familiares, había pedido varias veces ayuda en el 016. En el crimen de Castellón, la madre de las niñas asesinadas vivió un enrevesado proceso que no pudo evitar el desenlace final.

Es imposible graduar la brutalidad de los crímenes, pero es muy difícil superar la del doble asesinato de dos niñas, Nerea y Martina, a manos de su padre. Un hombre que descargó una violencia vicaria sobre las pequeñas para matar a su mujer en vida, despojándola de sus hijas e inoculándole un dolor y un sentimiento de culpa que le acompañará toda su vida. Un triple crimen.

Este asesino no tenía antecedentes penales pero había sido sometido en los últimos meses a dos procedimientos por violencia de género. Uno abierto de oficio por el juzgado tras recibir el parte de un médico de atención primaria; otro, tras la denuncia por amenazas presentada por su mujer cuando estaban en proceso de separación. Ambos casos fueron finalmente archivados. El juzgado no consideró suficientes los indicios, calificó la situación de bajo riesgo y denegó una orden de alejamiento.

Este dramático caso deja patente una paradoja. Los procedimientos funcionaron y las decisiones tomadas aparentemente se ajustaron a derecho, pero ni los unos ni las otras fueron capaces de impedir el doble crimen. Por eso cabe preguntarse qué ha fallado, porque evidentemente o el protocolo tiene fallas o en algún punto del procedimiento algo se le escapó a alguien. La lucha contra la violencia de género es muy difícil. Seguramente, aunque el juez hubiese dictado una orden de alejamiento, un asesino dispuesto a suicidarse habría buscado resquicios para saltársela y ejecutar el crimen. Pero deja una sensación inquietante pensar que quizás sí hubiera servido para algo. En esta difícil batalla, junto a los innegables aciertos debemos seguir aprendiendo cada día de los errores para evitar futuros horrores. Y las condolencias oficiales están muy bien, pero mejor que, quienes pueden y deben, adopten medidas que intenten cerrar estas fallas del sistema en las que los asesinos acaban encontrando atajo para sus crímenes.

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