Opinión

La soberbia

El vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias, entrevistado el pasado domingo en Salvados, afirmó que cree que Puigdemont es un exiliado como lo fueron los republicanos perseguidos por la dictadura franquista. Ante el revuelo levantado por equiparar ambas situaciones e, indirectamente a los regímenes políticos que las suscitaron, Iglesias ha arremetido contra quienes desde la derecha le atacan y después defienden los gobiernos franquistas o se coaligan con estos blanqueadores de la dictadura, ignorando que el vendaval que ha generado la indignación por esa comparación impropia y un punto obscena no sólo sopla desde la derecha.

Hoy mismo ha dado explicaciones el consejero de Salud del Gobierno de Murcia, Manuel Villegas, que se vacunó contra la COVID saltándose el orden marcado por los protocolos de vacunación, como lo han hecho otros miembros de su departamento. Ante el escándalo suscitado, ha explicado, tragando saliva, que "cuando se acabó de vacunar a los que estaban en primera línea sanitaria" se tomó la decisión "que se consideró más acertada" y se vacunó a más de 400 personas de la consejería. Es decir, el consejero nos ha explicado impecablemente que su departamento elaboró sobre la marcha un protocolo con una interpretación tan extensiva sobre quién es o no es personal sanitario que él mismo encaja como un guante en ese protocolo que él mismo ha aprobado. Se ha pedido su dimisión y él ha venido a decir que dimitir es de cobardes.

Son dos asuntos distintos, evidentemente, y con potenciales responsabilidades políticas derivadas incomparables. Pero la reacción que han tenido ambos políticos evidencia un mal pandémico en la política: el de la soberbia. Esa perturbación ética que te sitúa por encima del bien y del mal, que te ciega hasta el punto de ser incapaz de detectar tus errores o que te lleva a camuflarlos en argumentos de baratija para salir del paso, que te hace percibir cualquier crítica como un ataque, y que te lleva a considerar a tus conciudadanos como una pandilla de imbéciles que tragan cualquier cosa. Y convendría no seguir jugando con fuego, que el horno no está para bollos.

No creo, sinceramente, que Pablo Iglesias sea un ignorante en materia de exilio republicano ni el consejero Villegas un corrupto. Pero ambos han cometido sendos errores, de esos que duelen a una ciudadanía que habita en los bordes de la resistencia, y no han tenido la valentía de reconocerlo abiertamente ni de disculparse convenientemente. Y ese error sí que es imperdonable.

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