Opinión

La promesa de Sánchez

Las promesas de Pedro Sánchez valen lo que valen y solo en el momento que las hace, pero es bueno recordarlas. En septiembre, el presidente del Gobierno se comprometió a que los españoles pagarían la factura de la luz al final de año al mismo precio que en 2018. Dos meses después, está claro que no cumplirá lo prometido, ya que los precios siguen disparados y sin control –en 2018, el recibo de la luz era de unos 64,41 euros de media, en 2020 de 40,3 y en 2021 previsiblemente estará en los 90,00 euros– y a ese problema se suma el del precio del gas, que ya se ha encarecido un 21 por ciento y va a afectar no solo a las empresas, sino también a las comunidades de vecinos que van a pagar la calefacción mucho más cara que en años anteriores si no optan por apagarlas y pasar frío.

El gobernador del Banco de España ha señalado que los hogares vinculados a la hostelería y el transporte, junto con el turismo los sectores más golpeados por la pandemia, no sólo son los más vulnerables sino que arrostran un elevado riesgo financiero. Yo diría que todos los hogares, unos más que otros. Es evidente que la subida del gasóleo y del queroseno pone contra las cuerdas al sector del transporte y, en esta “tormenta perfecta” del final de 2021, el desabastecimiento puede añadir más problemas a una situación crítica. Pese al optimismo oficial, este año han cerrado más de 22.000 empresas –un 23 por ciento ya más que en 2020– y los indicadores de pobreza de las familias están en el peor nivel desde la crisis de 2008. Si la pandemia ha dejado medio millón de nuevos pobres en España, el final de 2021 puede aumentar esa cifra de manera importante porque la tarifa de la luz y del gas afecta especialmente a los más vulnerables y va a hacer crecer, todavía más, la desigualdad. ¿Qué van a hacer los que no pueden pagar? ¿Cómo van a sobrevivir esos autónomos y esas pymes –el núcleo del tejido empresarial español– que, tras sufrir la pandemia, ahora ven cómo sus negocios “se apagan” porque no pueden pagar los costes sobrevenidos? Este, y no otros, es el principal problema de España ahora, mientras el Gobierno tira el dinero público por las alcantarillas del PNV, de Bildu o de ERC –hay que sacar adelante unos Presupuestos, aunque estén falsificados los ingresos y los gastos– para garantizar la estabilidad del Gobierno.

Entre las causas de lo que está pasando está también la decisión de otro Gobierno socialista de cerrar las centrales nucleares españolas, lo que pone en riesgo un 25 por ciento de la producción eléctrica propia y aumenta aún más la dependencia exterior, mientras que otros países, como Francia lo sobrellevan mejor gracias a sus 56 plantas nucleares que producen el 70 por ciento de la energía que necesita el país.

En 2020, el PIB español cayó un 9,8, el doble de la media europea (4,9). Italia, que va de crisis en crisis y a la que estábamos a punto de sobrepasar, nos vuelve a superar en la economía y en la política. Y el Gobierno de Pedro Sánchez, empeñado en derogar/reformar una reforma laboral que sigue funcionando bien, no afronta los problemas reales: el tamaño de las empresas; su modernización tecnológica; la formación y la calidad de los profesionales que necesitamos y que no tenemos; la productividad; la inseguridad jurídica que ahuyenta a los inversores; la infinita burocracia por tanta Administración pública ineficiente que tiene que justificar su existencia; y hasta el marketing, la incapacidad de nuestras empresas para vender lo que producen. Sánchez no cumplirá su promesa sobre el precio de la luz, pero lo peor es que no busca consensos para hacer las reformas que sí son imprescindibles.

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