Opinión

A pesar de ellos, iré a votar

Lo prometo. Me ha costado decidirme, pero iré a votar. A pesar de los debates en televisión, en los que tanta esperanza teníamos todos, y a pesar de los líderes que tenemos al menos por lo demostrado en esos enfrentamientos donde en lugar de intercambiar ideas y proyectos, se lanzaron mentiras sin pudor.

Empezando por el presidente del Gobierno que usó un documento falso -¿otro?- y siguiendo por los dos líderes del centro derecha animando a sus votantes a no acudir a las urnas dado que no parecen dispuestos a llegar a un acuerdo serio y riguroso para ofrecer un alternativa a la izquierda. ¡Y eso que son socios de gobierno en Andalucía y en otros lugares de España! Pablo Iglesias, también engañando, triunfó dentro y Vox fuera. Si la intervención del líder de Podemos tuviera algo que ver con lo que defiende su partido, sin duda habría que votarle. Pero si lo hacemos, este país retrocederá décadas en libertades y en progreso económico. Eso sí, como orador y como "moderado", el mejor en los debates, en un lenguaje que entienden los ciudadanos, aunque esconda ideas viejas y fracasadas. A Vox, sin estar en los debates, le hicieron un favor los cuatro líderes, a pesar de ser un partido sin cuadros, sin proyecto y sin futuro. Pero está aprovechando la falta de sintonía con los ciudadanos que están demostrando todos los demás.

Si todos se acusan reiteradamente de mentir -y en muchos casos son mentiras groseras, fáciles de descubrir-, ¿a quién van a creer los ciudadanos? Si el presidente pierde los dos debates según decenas de encuestas, ¿cómo es posible que casi vaya a doblar sus votos en las elecciones? Lo dicho, ni con debates ni sin ellos tienen mis males remedio. Con ellos porque me matan, sin ellos porque me muero.

Desencantar a los ciudadanos, a pesar de las audiencias masivas -que demuestran necesidad de asentar el voto- es un riesgo grave para la regeneración y para la democracia. La baja calidad de esta democracia no es culpa ni del marco legal ni de la ciudadanía. Es responsabilidad de la clase política. No es de recibo tener un presidente de Gobierno que exhibe un documento falso imposible de contrastar en ese momento. Ni unos políticos que quieren alcanzar el poder y que son incapaces de un diálogo reflexivo y respetuoso con propuestas sobre las que debatir. Ni tampoco se puede decir, con un mínimo respeto a la realidad, que la culpa de la sanidad pública que tenemos -que por cierto es excelente y está entre la mejores del mundo- es de la colaboración con la sanidad privada, sin la que la pública sería peor. O que hay que acabar con la educación concertada, cuando sin ésta, la pública -que es manifiestamente mejorable por culpa de las pertinaces leyes socialistas- sería aún peor y, sobre todo, no habría libertad de enseñanza.

O que ninguno de los líderes hable de la calidad de la justicia y la necesidad de cambiar con el máximo consenso posible leyes básicas que afectan la seguridad jurídica de los ciudadanos que viven en este país y a los que vienen de fuera y quieren invertir en España con alguna garantía. El problema no es la elección de los vocales del Poder Judicial -que es lo que les importa a los partidos- sino la calidad de la Justicia, tan necesitada o más de medios económicos y personales que la educación o la sanidad. Y es que tenemos fantásticos profesionales de la sanidad, de la justicia y de la educación -éstos, con grandes posibilidades de mejora si queremos tener los mejores profesores-, pero políticos que usan la sanidad, la justicia, la educación y casi todo lo demás como banderas de partido y que son incapaces de hacer políticas de Estado en temas que lo son. Me va a costar, pero el domingo voy a ir a votar. Aunque todavía no sé a quién.

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