El peligro de agitar la xenofobia
En España la integración de los inmigrantes no es uno de los principales problemas, aunque así lo piensen el 63,6 por ciento de los españoles. Puede acabar siéndolo si no se resuelven muchas cuestiones y no se busca consensos, con sensibilidad, con solidaridad y con políticas efectivas de integración.
Hay una carencia absoluta de una política inmigratoria, pero la inmensa mayoría de los inmigrantes se han integrado sin demasiados problemas en sus destinos. La convivencia es generalmente pacífica. Casi cinco millones de ellos tienen un trabajo legal, especialmente en la hostelería, la construcción, el servicio doméstico, el cuidado de mayores o el campo, casi siempre los trabajos que no quieren hacer los españoles. Están igual o peor pagados que los españoles y tienen los mismos problemas de acceso a la vivienda o de llegar a fin de mes que muchos españoles. Sus cotizaciones ayudan a pagar nuestras pensiones. Sus hijos, muchos ya españoles de nacimiento, garantizan el futuro de un país de viejos. Ni siquiera en Torrepacheco, donde un suceso aislado estuvo a punto de convertirse en un drama, había problemas de convivencia, de respeto, de falta de integración o de delincuencia. Gente venida de fuera azuzaba para perseguir a los inmigrantes. Alguien llegó a proponer expulsarlos a todos.
Sí lo hay en Canarias, donde miles de menores no acompañados viven hacinados desde hace meses, sin nada que hacer y sin que el Gobierno sea capaz de trasladar al menos a una parte a la península aunque se lo ordene y exija el Tribunal Supremo. Sí lo hay también porque el Gobierno de Canarias regó con millones de euros a una ONG que en lugar de atender a los menores eran duros y violentos con los niños y los sometían a todo tipo de vejaciones. De esa "educación", ¿qué esperan que salga?
Sí lo hay en España con esos menores no acompañados, niños en su mayoría, sin controles en los centros de acogida-internamiento, que cuando cumplen dieciocho años son puestos en la calle sin papeles o con ese más de medio millón de personas también sin papeles, sin posibilidad de regular su situación, sin destino fijo, sin opción a acceder a alquilar una habitación o a un trabajo legal. El riesgo inmediato es acabar en la marginación, en la explotación o en la delincuencia. La escuela puede y debe ser el primer lugar de integración de todos los niños venidos de otro país.
Sí lo hay en Europa donde no se fija una actuación conjunta tanto en su territorio como en los países de origen de las migraciones. Europa tampoco tiene una política migratoria y cada país hace lo que quiere. Francia expulsa inmediatamente a España a los que llegan a su frontera sin papeles. Alemania establece controles en sus fronteras. España también lo hace y no es capaz de tramitar en tiempo y forma las peticiones de asilo. Dinamarca tiene la política más dura. Italia, al igual que Trump, quiere enviar a los inmigrantes a terceros países, sin garantía alguna, a cambio de dinero. Se han cargado Schengen y la libre circulación de fronteras. Europa ha sido siempre un referente en la protección de los derechos humanos -los que nos protegen a cada uno de nosotros, pero también a la humanidad- y ahora solo da pasos atrás.
Es indudable que Europa, cada Estado, debe controlar la emigración -por muchos controles que se pongan van a seguir viniendo porque huyen de la guerra, la miseria, la persecución o las agresiones sexuales- pero también asegurar una protección mínima a todos los inmigrados y plantearse como objetivo prioritario su integración social. Y eso sólo puede hacerse tras un debate serio, riguroso, una sensibilización social y un consenso generalizado entre los grandes partidos.
Los bulos, la propaganda y el miedo, sobre todo el miedo, pueden agitar un problema complejo. Lo alimentan objetivos políticos para criminalizar a todo un colectivo, generar odio y prejuicios en la población y ganar votos. El miedo es irracional y da votos fáciles. Por eso es muy peligroso. Como dice el sociólogo Juan Iglesias, "si no tengo acceso a una vivienda o a un trabajo, es más fácil echar la culpa a los migrantes que a las razones objetivas por las que no he podido acceder a una casa o a un contrato". Sin libertad, igualdad y solidaridad, sin tratar a los inmigrantes como personas, esta sociedad, que durante siglos fue una sociedad de emigrantes, pierde su razón de ser.