Orfandad y vacío espiritual

¿Estamos ante un resurgimiento de lo espiritual, de lo religioso o es otra moda, pasajera como casi todas las modas? Rosalía, Gloria Estefan, Hakuna, algunos raperos cuyo nombre no soy capaz de repetir y mucho menos de escucharlos, muchos cantautores católicos, la mayoría en Estados Unidos, llevan a sus canciones el sentido de la fe, la creencia en la trascendencia.

¿Pueden cambiar la actual realidad de una sociedad de la increencia, egoísta, egocéntrica e individualista? Tengo mis dudas. La primera, el hecho de que dos de los libros más interesantes y brillantes, también más vendidos, en los últimos años sobre Dios -los de Javier Cercas y Pedro García Cuartango-, han sido escritos por un ateo y un agnóstico. Y lo mismo sucede con la película sobre la que más se ha escrito recientemente, "Los domingos", de una directora atea, Alauda Ruiz de Azua. Aunque sea otra cuestión, ¿dónde están los escritores, los directores de cine, los intelectuales católicos en esta hora? ¿Dónde están los políticos católicos, dónde están los católicos en este mundo que parece que reclama algo en lo que creer? ¿Transmiten, transmitimos algún mensaje diferente?

Más que un resurgimiento de lo religioso o de lo espiritual, un "despertar" católico, de un interés renovado por la idea de Dios, creo que nos encontramos ante una orfandad, un vacío espiritual generalizado, no sólo en España, consecuencia de haber condenado y destruido los valores morales y éticos que hicieron fuerte a Europa, sin sustituirlos por algo igual o mejor. De haber sustituido el bien común, el de todos, por el disfrute personal sin límites, sin barreras, donde todo está en discusión, todo está permitido y cuanto más se lleva al extremo, más noticia y más "libertad". Nadie se hace preguntas sobre para qué estamos aquí y si, al final, hay algo después de la muerte. Crece la soledad, la desigualdad, el dejar a tras a los vulnerables y a los vulnerados, ignorar a los que sufren. Y en ese vacío surge la angustia, la soledad incluso en compañía, la visita al psiquiatra porque ya no se acude al sacerdote, el crecimiento del suicidio, el aborto como método anticonceptivo, las relaciones para un rato, los problemas del género, e4l no saber ni quiénes somos ni qué queremos ser...

Es cierto que hay un aumento notable de jóvenes que quieren vivir la fe católica y la solidaridad del catolicismo. Pero son pocos, sobre todo teniendo en cuenta que, cada año, millón y medio de niños y adolescentes estudian en escuelas católicas y apenas un diez por ciento de ellos acuden a misa cuando dejan el colegio. Deberían hacérselo mirar. También deberían hacerlo las parroquias. Cada domingo, cerca de diez millones de españoles acuden a misa y los mensajes que reciben son manifiestamente mejorables. Deberían esforzarse en atraer a los que se fueron y en abrir las puertas a los que faltan. El mensaje de Jesús es revolucionario -basta leerse las Bienaventuranzas, un fascinante programa de amor sin exclusiones- pero ese no entiende de modas. Como ha escrito José Beltrán, el director de la revista Vida Nueva, "Rosalía es llamada de atención, no efecto llamada. Esperen sentados en misa de doce para recibir a los que faltan". Algunos de esos, pocos pero vociferantes, se jactan de su catolicidad, pero demonizan a los inmigrantes y a los pobres, quieren dejar atrás, excluir a tantas personas iguales en dignidad y derechos a nosotros, pero que han tenido la desgracia de vivir en la pobreza, nacer a pocos kilómetros de la opulencia, ser de color o ser víctimas de guerras, de mafias y de violencia.

La Iglesia española, que fue fundamental en la Transición hacia la democracia y las libertades -sin que haya tenido el reconocimiento que merece- tiene que esforzarse en este tiempo difícil por el que atraviesa, en recuperar el mensaje de Jesús y, desde la humildad pero también de la fuerza de su mensaje esencial, hacerse presente en la sociedad. Hablar de Dios y de amor, de valores, de solidaridad y de justicia. Esta sociedad nuestra, débil, acomodade, egoísta necesita trascendencia. O le damos un sentido a la vida o la vida no tiene sentido. Sin trascendencia todo se vuelve intrascendente.