Opinión

El gran problema de España

Este Gobierno tiene por delante un último año de legislatura que promete ser, por lo menos, tan complicado como todo lo anterior y con exámenes muy difíciles a medio plazo: las elecciones municipales, autonómicas y generales. Para llegar a esas citas con un país que funcione, alguna esperanza de seguir y algún alivio para los ciudadanos, tendrá que solucionar algunos “pequeños problemas” y uno muy grande. Vamos con los pequeños:

La huelga de los transportistas amenaza con paralizar el abastecimiento y la economía justo antes de Navidad. Dicen, con razón, que no pueden trabajar a pérdidas y aunque están divididos pueden colapsar la economía. Nadie habla con ellos. El precio de los carburantes es hoy el doble que hace dos años, cuando el precio del petróleo era el doble que ahora. Algo parecido podemos decir de la hostelería que, tras el paréntesis veraniego, se enfrenta a la cruda realidad: la electricidad les ha subido en la mayor parte de los casos un trescientos por cien y no hay bar o restaurante que lo aguante. Y de los comercios. El problema es parecido para la mayoría de los ciudadanos y para casi todas las comunidades de vecinos obligados a racionar la calefacción y hasta las duchas. No hay respuestas del Gobierno y las medidas ya tomadas son absolutamente insuficientes. Sumen la inflación desbocada, el disparatado gasto público y el crecimiento de la deuda pública y seguramente llegarán a la conclusión de que todos somos y vamos a ser más pobres y que la desigualdad, contra la que iba a luchar este Gobierno, no solo no desciende sino que crece. Los ricos son más ricos, las grandes empresas —pocas— son más ricas y todos los demás —empresarios, trabajadores, autónomos y ciudadanos— somos más pobres.

En lo político, antes de que Podemos y el PSOE se declaren la guerra —eso será más cerca de las elecciones—, de momento la novedad es que Pablo Iglesias, incapaz de obtener una plaza de profesor en la Universidad, no se resigna al paro y ha vuelto para poner a Yolanda Díaz “en su sitio”. En el sitio en el que él y los suyos la querían y no en el que ella se está buscando. Yolanda Díaz no suma, está amortizada y como mucho puede aspirar a un lugar en el PSOE. Las encuestas, salvo las del CIS, son esquivas al PSOE. Nueve puntos de diferencia a favor de Sánchez entre lo que ve Tezanos y lo que contemplan el resto de las encuestas, incluida la de El País, es una inmensidad.

Este Gobierno no sabe ya que hacer con el relato de Marlaska de la tragedia en Melilla, desmentida por todas las evidencias: cese o destitución. Tiene un agujero negro en la gestión de los impuestos —con el varapalo del Banco Central Europeo a su política—, de los fondos europeos —ineficaz, descontrolada e ineficiente— y en empresas públicas, gobernadas por socialistas de confianza, como Correos —que puede perder 150 millones este año—, Renfe —cada día funciona peor— o RTVE, donde ha roto el casi único consenso al que llegó con el PP y ha puesto al frente a una persona de su confianza —con un procedimiento que roza la ilegalidad.

Lo del Poder Judicial no hace falta reiterarlo, pero, al margen de la responsabilidad indudable del PP, la limitación de funciones que el Gobierno impuso está provocando un daño grave, no al PP sino a los ciudadanos por el colapso del Tribunal Supremo y los miles de sentencias que no han podido ser dictadas. Y la parálisis voluntaria del Constitucional, haciendo grave dejación de funciones, es otro enorme disparate que el Gobierno esconde porque le beneficia. Los indultos a Griñán y compañía, la reforma del delito de sedición, el gravísimo error de la ley trans, o el trágala de los Presupuestos donde se cederá todo lo que haya que ceder para conseguir los votos necesarios, dejan un panorama complicado.

Pero tranquilos, ninguno de esos problemas ni la suma de todos ellos preocupan al Gobierno. “El gran problema de España” son Díaz Ayuso —demasiadas veces estrambótica— y Núñez Feijóo. A ellos dos les dedican el presidente y los ministros —apoyados en sus brazos mediáticos—la mayor parte de su tiempo, de sus intervenciones públicas y de sus diatribas. Si no es por ellos, España va bien.

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