Opinión

O es recíproca o no es lealtad

Uno de los muchos ‘mantras’ de la izquierda, repetidos hasta la saciedad, es que “en esta situación, no se puede ser leal al país sin serlo al Gobierno”. Lo repiten incansables Sánchez y sus ministros y lo airean sus voceros. Es “muy de izquierdas”, aunque a la izquierda le cueste mucho hacerlo cuando está en la oposición. Y funciona, porque muchas personas de centro o de derechas lo asumen como indiscutible. De hecho, España ha logrado grandes éxitos cuando los partidos, especialmente los dos principales, han hecho un ejercicio de lealtad y han puesto los intereses de España por encima de los del partido respectivo. Los Pactos de la Moncloa o el final de ETA, son dos grandes ejemplos. Aznar debió hacerlo tras el atentado de Atocha, pero pensó que era la oportunidad para hundir al PSOE y los ciudadanos castigaron a su candidato y llevaron al poder a Rodríguez Zapatero. Todavía estamos pagando las consecuencias de ese inmenso error.

Ante una crisis como la que seguimos, y seguiremos, viviendo, la lealtad es imprescindible y necesaria. Y es bueno que el Gobierno la reclame y que los ciudadanos la empujen. Pero la lealtad no es solo de la oposición al Gobierno. La lealtad no es la sumisión de un partido respecto de otro, por mucho que uno tenga más votos. La lealtad no es que uno acepte todo lo que ordena el otro. La lealtad no es ni el silencio ni la aceptación sin discusión de todo lo que decide el Gobierno. Eso es sumisión. Y en democracia no hay súbditos sino ciudadanos.

La lealtad significa que la parte más fuerte accede a compartir información y a debatir soluciones y la más débil asume y apoya lo negociado. La lealtad exige información compartida, diálogo, transparencia, pactos y acuerdos. La lealtad no se impone ni se regala ni se otorga. Se acuerda desde el diálogo.

Posiblemente el PP no ha estado a la altura de las circunstancias. Le han faltado propuestas alternativas claras. Pero ha apoyado en varias votaciones el estado de alarma y la salida de la desescalada. Ha pronunciado ataques fuertes al Gobierno, algunos muy desafortunados en la forma. Pero no menores, en el fondo y la forma, que los que ha recibido desde las filas del Gobierno y del PSOE. Este Gobierno no ha querido contar nunca de verdad con el PP, no le ha hecho ninguna oferta de negociación y no ha aceptado ninguno de los pactos que ha ofrecido el PP. Ni siquiera ha sido capaz de negociar con rigor y en silencio, salvo en las conversaciones que ha mantenido Ana Pastor con el Ejecutivo sobre el aspecto sanitario, que, curiosamente, puede que sean el único acuerdo real entre ambos.

Este Gobierno, que exige lealtad a la oposición al tiempo que la acusa de “venganza” y de tratar de derrocarlo, –lo que, por cierto, Sánchez hizo con el de Rajoy– tiene que demostrar su lealtad a todos los ciudadanos, no solo a los que le han votado. A todas las víctimas de la pandemia, sin exclusiones mentirosas. A los sanitarios que han sido los héroes de esta catástrofe y que ahora ven, con temor y desesperanza, que miles de ciudadanos incumplen las instrucciones de prevención que nos pueden salvar de un rebrote. A los empresarios, muchos de los cuales, lo han perdido todo, y que le han ofrecido medidas para salvar el empleo y el tejido productivo. A los millones de trabajadores que no saben cuándo volverán a tener un empleo. También a la oposición. La supervivencia de un Gobierno y de una oposición, de todo el sistema democrático, necesita de una lealtad recíproca. O es recíproca o no es lealtad.

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