Opinión

Desprecio de los datos

Vivimos entre datos. Con la tecnología somos un dato andante. Ponemos nuestros datos a disposición de cualquiera sin ningún cuidado y la industria del metadato es una de las más prósperas del universo y lo será cada día más. No es nada nuevo. Hace quinientos años, Galileo dijo: "mide todo lo que sea medible y lo que no, hazlo medible". No se pueden tomar decisiones -bueno, se puede y se hace, pero no se debe- sin datos bien contrastados y mejor analizados. La mayor decisión económica que toma una persona o una familia a lo largo de su vida es firmar una hipoteca. Y se sigue haciendo sin mirar bien todos los datos y, también, sin consultar a un abogado para que todo esté correcto. Luego pasa lo que pasa. La economía forma parte de nuestras vidas y no nos enseñan a manejar los datos. Cada vez hay más Inteligencia Artificial, pero la aplicación a los datos es sólo para unos pocos. Los ejemplos sin interminables.

No sabemos, todavía, y seguramente no lo sabremos nunca, cuantos españoles murieron de verdad por causa del COVID y eso no parece interesar ni a quienes diseñan políticas públicas. Tampoco somos capaces de saber cuántas personas asisten realmente a una manifestación. Los datos pueden variar, según la fuente, entre 15.000 y 500.000. Y así seguimos. Las estadísticas son importantes aunque ya saben ustedes eso de "mentiras, grandes mentiras y estadísticas". Que se lo pregunten a Tezanos y al CIS. Sin datos, encuestas o estadísticas rigurosas no se puede tomar decisiones. Hasta hace unos años, el Consejo General del Poder Judicial señalaba que cada año se abrían más de nueve millones de asuntos en los juzgados, lo que no era realmente cierto porque un asunto se dividía luego en varios. Así que un "retoque" realista, los ha dejado ahora en poco más de seis millones. Y siguen siendo muchos. Pero eso sirve para decir que la los españoles acudimos en demasía a la justicia, en lugar de decir que faltan jueces y fiscales y que hay una mala organización y una peor gestión, agravada ahora por la huelga de los letrados judiciales.

Los datos que manejan las diecisiete autonomías no son siempre homogéneos y no todos están a disposición de quien los necesita. Pero los del Gobierno central, tampoco. Somos incapaces de saber si la subida del salario mínimo reduce la creación de empleo, como dicen unos, o no. Lo de la inflación y el paro, ni les cuento. La realidad se esconde de manera que los ciudadanos no lo entiendan, aunque ellos saben lo que ha subido de verdad la cesta de la compra, o, directamente, se camuflan parados con eufemismos técnicos. El ministro Escrivá ha presentado una reforma de las pensiones basada en datos que garantiza, según él, el futuro a treinta años vista y que para otros, apenas sirve para un lustro. Las leyes que se aprueban en el Congreso deben llevar siempre una memoria económica de gasto, pero parece que nadie se la lee. Y, desde luego, nadie hace el seguimiento a posteriori para saber si era realista o un puro trámite.

Ningún empresario debería montar un negocio o gestionarlo sin datos de calidad. Pero muchos lo hacen y así les va. Algunos ni siquiera saben leer un presupuesto o un balance y en alguna rueda de prensa he escuchado decir que todo está bien "porque cuadran los ingresos y los gastos". A los directivos del Barça parece que sí les importaba manejar "buenos datos" y por eso pagaron siete millones a un directivo de los árbitros. Bueno, todavía no sabemos si sólo por eso.

Los datos han llegado para quedarse y hay que empezar desde la escuela a enseñar a manejarlos y a defenderse de quienes los usan para su beneficio propio y para dirigir comportamientos. Hay quienes saben de nosotros mucho más que nosotros mismos y que nos llevan como corderos a donde les interesa. Los datos son oro puro. Pero aquí, todavía, ni los que nos gobiernan ni los sufridos ciudadanos nos los tomamos en serio. Yo diría que los despreciamos. Como muchas veces en el periodismo, "no hay hechos o datos, sino interpretaciones". ¡Pobre Galileo!

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