Yolanda Díaz, en el epicentro

Me decido a escribir esto tras haber consultado, para lo que valgan, una decena de encuestas recientes, la última de ellas publicada este domingo. Constatamos una gradual variación en los sondeos, que, si no son infalibles (y algunos son parciales), sí muestran una inequívoca tendencia: un cauto ascenso del Partido Popular, algo más importante aún en Vox, un descenso -que no un derrumbe-en el PSOE, que mantiene sus siete millones de votos, y un desplome de Sumar, que, sin embargo, mantiene a su creadora, Yolanda Díaz, en niveles de popularidad altos, más altos que los del propio Pedro Sánchez. Todo esto, más algunas otras consideraciones, nos tiene que llevar a conclusiones muy drásticas, algunas de las cuales se cumplirán sin duda con el tiempo.

La primera de todas es que Pedro Sánchez, por mucho que le aplaudan en el comité federal, en 'su' comité federal, es ya una rémora para el PSOE, un partido de tradición y trayectoria en general -no siempre-- positiva, clave en la construcción política de España, y al que no le puede ocurrir lo mismo que a sus colegas francés, italiano y griego, por ejemplo. Hay que revitalizar el PSOE. Y lanzo aquí una idea que desde hace tiempo sostengo y que me ha costado algunas reprimendas privadas y acusaciones de 'periodista que trata de construir la realidad, no solo de analizarla'. Sin embargo, ahí va: me parece importante la anexión pura y dura de, entre otros, Yolanda Díaz al PSOE, en una especie de 'operación Baltasar Garzón bis', pero cuidando de que esta vez todo vaya bien, entre otras cosas porque la señora Díaz no es el 'juez estrella'. Sumar, pienso, no puede seguir siendo una especie de 'PSOE bis', que a veces hace funciones de Pepito Grillo no del todo convencido de su papel crítico.

Que no digo yo que la señora Díaz, llena de defectos, pero con indudables virtudes, pueda o deba ser la sustituta de un Sánchez que está, con todos sus asesores y su facundia internacional, ya abrasado. Ella carece de arraigo en el PSOE y sigue suscitando demasiados recelos por su desmedida ambición, que es incapaz de disimular. Simplemente, digo que ella, que es una mala organizadora de un movimiento político --véase el resultado en Sumar, que se hundiría aún más que Podemos si ahora hubiese elecciones,-- podría y debería ser una figura de referencia en un ala izquierda del PSOE.

Ella aún tiene una trayectoria de honradez, por mucho que la adorne con un absurdo autobombo. Porque Sumar, con todos sus urtasuns y bustunduys, laras y demás, es un barco sin rumbo claro, y su único contenido son los proyectos de ley que defiende con ardor su extraoficial 'lideresa', es decir, la señora Díaz: salario mínimo, reducción de jornada laboral, conciliación, reforma laboral y un ya largo etcétera...

¿Que ello la aleja de la patronal? Bueno, eso es un hecho ya en la 'era Sánchez'. Y, en realidad, fue ella la primera en propiciar un cierto clima de entendimiento entre las fuerzas sociales, y nada indica que eso no pueda repetirse mediante un buen acuerdo; más difícil fue llegar a los pactos de La Moncloa y Suárez y los restantes lideres políticos lo consiguieron con pragmatismo, realismo y patriotismo, aunque ahora, con la rivalidad personal extrema entre Sánchez y Feijoo, algo así sería imposible.

Sánchez, aunque conserve el suelo de siete millones de votos -bajando--, está amortizado. Quizá al gato le quede aún alguna de sus siete vidas, pero solamente su retirada propiciaría una adecuada reestructuración de la política partidaria en España. Me parece un error pensar que el presidente y secretario general del PSOE aún puede atraer votos dispersos: más bien, dispersa los suyos, alguno de los cuales, increíblemente, va a parar a Vox, según ciertas encuestas.

Y yo no quiero a Vox, ni siquiera en ministerios secundarios, gobernando en mi país, para qué voy a decir otra cosa. Siempre he pensado que los acuerdos de centro izquierda o centro derecha, a la alemana, contando o no -ojalá no se hubieran malbaratado tantos posibles partidos centristas-con una formación 'bisagra' de centro, es lo que más le conviene a este país. Pero una normativa electoral completamente equivocada para las necesidades de hoy, además del egoísmo y la cobardía de los partidos, hace imposible ese logro, que pudo haberse convertido en realidad con Felipe González, con Rajoy y con Sánchez -quizá, también, con Aznar--, si Jordi Pujol, algunos politicastros y el actual presidente no se hubieran obcecado en el 'no es no'.

Sánchez tiene que marcharse, por mucho que haya organizado un inmenso tinglado de asesores y aplaudidores para permanecer. En el PSOE -y, ya vemos, en su entorno- hay figuras lo suficientemente interesantes y comprometidas con la ciudadanía como para reparar los actuales daños en el partido que creó Pablo Iglesias (Posse, naturalmente) hace casi ciento cincuenta años. El PSOE, que ha sobrevivido a crisis internas tan grandes como esta, nos es necesario en el diseño global de un gran país, pero hoy este partido vale mucho menos en la Bolsa de los valores morales, políticos y sociales. Que quien tenga independencia de criterio suficiente analice las razones por las cuales está ocurriendo lo que ocurre, pero me parece que tampoco hay que estrujarse el cerebro para verlas, digo yo.