En los ocho años que Sánchez lleva en la gobernación de España, los principales países europeos, de Gran Bretaña a Francia, pasando por Alemania, Portugal e Italia, han cambiado sus gobiernos, aunque no siempre (Macron) a su jefe de Gobierno. Pedro Sánchez, y un puñado de sus ministros, se han convertido en los más longevos en el poder en la UE, mientras Europa, el mundo y, claro, España, registraban cambios casi revolucionarios en no pocos sentidos.
Octubre, un mes en el que ya estamos repuestos de las vacaciones y nos encaminamos, resignados, hacia el duro invierno, es mes de revoluciones. Algunas clamorosas en la Historia, como la rusa, la húngara, la portuguesa que derrocó a la Monarquía. O la republicana española de 1934. Otras, más silenciosas, graduales, van horadando situaciones heredadas hasta que un día, de pronto, nos damos cuenta de que el Gran Cambio ha estallado. Yo diría que ahora vivimos en este último modelo: estamos, desde luego también en España, asomados a un balcón desde el que se puede divisar las grandes transformaciones que nos vienen. Lo que ocurre es que aquí, a base de ver y escuchar siempre a los mismos, nos hemos acostumbrado a normalizar lo extraordinario, política y socialmente.
Tome usted la política exterior, por ejemplo, y asústese ante la hipótesis cierta de que Trump pueda, dentro de un mes y cuatro días, erigirse en el nuevo/viejo gobernante del mundo. Confío, aunque no tengo demasiados argumentos para ello, en un victoria de Kamala Harris, con lo que dos mujeres de impulso gobernarían en las naciones más poderosas de América. Porque ya sabemos que Claudia Sheinbaum tomará posesión esta semana de la presidencia mexicana, y entonces la diplomacia española, que no anda muy afortunada últimamente, tendrá que coser los jirones. Como los tendrá que coser en Austria, amenazada por una victoria de la extrema derecha, o en Israel, ese Estado sin piedad para combatir a terroristas sin piedad con el que tenemos cortadas las relaciones.
Claro, sucede que aquí, en este secarral político, andamos muy ocupados asomándonos al abismo de la ingobernabilidad, porque el futuro de la gobernación está en manos de un forajido que, desde algún lugar en el exterior, se permite chantajear permanentemente a un Ejecutivo que tiene el poder en la cuarta potencia de Europa y que se ha colocado a sí mismo en la debilidad, dependiendo de siete votos dictados desde la ilegalidad. Asistimos pasivamente a algo que, hace apenas dos años, hubiese resultado inconcebible, y que, por cierto, nos presentaban como inconcebible los mismos que después lo propiciaron.
Claro que, bien mirado, todo, todo resulta inconcebible y, tal vez por eso, nos refugiamos en la aceptación de cualquier cosa que se nos venga encima, sea la victoria de Trump, la barbarie en Oriente Medio, la brutalidad de Putin o, domésticamente, el surrealismo ante los 'diktats' del especialista en fugas.
Creo que todo ello es, en esta época de cambios y de Cambio, suficiente para pedir una renovación de rostros en nuestros responsables, incluso de algunos recién llegados; un equipo nuevo, no desgastado, capaz de afrontar con nuevos talantes los cambios. Al fin y al cabo, ya ven que todos los países europeos han renovado de alguna manera sus gobiernos mientras el Consejo de Ministros español seguía aferrado al 'espíritu del 18' y a la defensa cerrada del líder, sin más. Sí, el 'espíritu del 18', que es cuando Sánchez llegó al poder tras la moción de censura contra Rajoy. Seis años y cuatro meses, y toda una transformación que ha hecho que casi no nos reconozca ni la madre que nos parió, han pasado desde entonces.
No hablo de un cambio en el signo del Gobierno, que solamente unas elecciones podrían forzar; hablo de caras nuevas y talantes nuevos, de momento dentro de este Ejecutivo, para afrontar retos nuevos, inéditos. La política interior, la exterior, la social, la económica, las instituciones, están desgastadas por seis años de supervivencia a toda costa, a cualquier precio. Supongo que no tardaremos mucho en conocer cómo el hombre que ostenta un poder tan considerable en nuestro país afronta la nueva etapa , como ya está afrontando una creo que afortunada renovación en su propio Gabinete monclovita. Pensar que podemos seguir así, sin un viraje importante, eternamente -y eternamente significa hasta 2027- es un error, un inmenso error.
Sánchez tiene que hacer su 'revolución de octubre', o ponga usted, si quiere, noviembre, aprovechando que se nos va una vicepresidenta y que hay un congreso del PSOE convocado para hacer 'cambios', espero que no 'lampedesunianos'. Creo que entramos en un mes en el que vamos a tener, en este sentido, no pocas noticias, incluso quizá, en cierto sentido, 'revolucionarias'. Ojalá sea, aunque nada lo presagia de un modo seguro, para bien. Pero venir, la revolución, sea como sea, viene; como las meigas, que haberlas haylas, aunque digan que no existen.