Opinión

La rebelión (cauta) de los ex

Naturalmente, cuando esto escribo desconozco aún lo tratado en esa tan comentada cena este sábado de unos ciento cincuenta 'ex' responsables socialistas de la que, hace algo más de un mes, ya me avisó quien fue consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, Paulino Plata, en una conversación en Antequera, ciudad de la que fue alcalde hace casi treinta años. No ahorran críticas algunos de los 'históricos' a la labor de Pedro Sánchez en el PSOE 'de siempre', especialmente en su labor de 'desmantelamiento' de la organización en Andalucía con la virtual defenestración de Susana Díaz. Pero es un malestar inocuo, inofensivo: nadie con mínimas responsabilidades, o con expectativas de tenerlas, se atreve a desafiar el poder del secretario general y presidente del Ejecutivo, definido como un 'killer' que lo mismo se deshace sin contemplaciones de quienes le estorban o no le son del todo afectos que luego los readmite, en fila, cabizbajos y con el carné en la boca, al calor del hogar.

Estas reuniones --habrá más--, presentadas como un homenaje a socialistas ya desaparecidos, tienen, sí, un trasfondo de crítica con sordina, en voz baja: he visto a decapitados por Sánchez pasear con la cabeza guillotinada bajo el brazo en silencio en el último congreso del partido, el que confirmó el carácter presidencialista del partido, para tener aún la oportunidad de no ser expulsados del todo del paraíso.

Fue allí, en aquel congreso, donde se confirmó a Adriana Lastra como 'número dos' del PSOE, cargo del que pronto quedó descabalgada dizque por decisión propia. Ahora nos enteramos, porque nos lo cuenta la bien informada periodista Ketty Garat, de que Sánchez ha ofrecido a Lastra incorporarse a su gobierno, que será mini-remodelado quizá la semana que entra, y que ella, que por cierto fue un ejemplo de ineficacia en su labor política, lo ha rechazado. Una noticia que, sin duda, habrá sido muy comentada por los 'cenantes' de este sábado, de algunos de los cuales he escuchado tremendas descalificaciones contra la ex 'número dos' y ex portavoz del grupo parlamentario socialista. Como también las he escuchado, por cierto, de la actual estructura dirigente del PSOE, comandada nada menos que por la ministra de Hacienda.

Sí; en el 'viejo' PSOE, comenzando por Felipe González y, claro, por Alfonso Guerra, se escuchan y se leen algunas duras consideraciones sobre determinados aspectos de la política gubernamental, y no creo que un Otegi 'satisfecho', dice, por el retorno de los presos de ETA a las cárceles vascas, sirva precisamente para aminorar estas críticas, últimamente muy centradas también en el conflicto que enfrenta al Gobierno con un poder judicial en estado caótico.

Lo que ocurre es que a Sánchez, estos días sobrevolando el mundo de extremo a extremo, y a su núcleo duro, empeñado en calafatear una campaña que no se presume victoriosa, pero tampoco desastrosa, lo que hagan los 'ex', algunos de los cuales con prestigio y servicios históricos, otros no tanto, les importa un pimiento. No creo que en La Moncloa ni en el Consejo de Ministros se vaya a dedicar ni un minuto a estas 'cenas políticas', que me recuerdan a las efímeras ebulliciones de los inicios de la Transición. Es bueno mantener una conciencia crítica, desde luego, pero abandonando capillitas, cenáculos y mentideros y abriéndose mucho más a la sociedad.

Sospecho --sé-- que entre los 'ciento cincuenta' hay más de uno que no piensa votar ni a su candidato local socialista en mayo ni, menos aún, al 'jefe' máximo en las elecciones generales de diciembre, si es que es entonces cuando se celebran. Y sospecho también que esos votos fugados de los ex serán, claro está, clandestinos: puede que ni las encuestas los detecten fiablemente. Lo que no sabe Sánchez es que su victoria, o su derrota, quizá dependa en mucho mayor medida de lo que él piensa de que esos votos clandestinos, fruto del descontento, del desconcierto o del resentimiento, no acaben siendo demasiados, muchos más de ciento cincuenta, por supuesto.

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