Un país que se va hartando
Perdón por la auto cita, pienso que necesaria por el contexto. Hoy he vuelto a presentar mi último libro. Una audiencia, la verdad, más que suficiente para el ego que todo autor posee en grado extremo: gente de diversa procedencia, veraneantes y profesionales locales, pocos jóvenes. Y una curiosa coincidencia: todos hablan pestes del Gobierno y también, aunque con mayor mesura, de la oposición. Jamás, en todos los agostos de mi vida, había visto tanta tensión reconcentrada. Jamás tal sensación de peligro ante lo que pueda ocurrir en otoño. Nunca semejante expectativa por el Cambio.
Si traigo aquí este acto de la presentación es porque creo que reflejaba bien un estado de ánimo general ante los acontecimientos internacionales y nacionales. El mundo está gobernado por dos o tres chalados que hace tiempo que olvidaron lo que es la democracia, y nos lo hacen sentir. España, a su vez, tiene al frente de su Gobierno a un personaje al que resulta difícil calibrar y comprender en sus excesos y en sus defectos.
Y todo ello se percibe en el cuerpo social, que, según algunos trabajos demoscópicos, muestra un pesimismo poco acorde con la aparente buena situación económica en la que declara hallarse una mayoría. La gente no se siente representada por los políticos; puede que incluso los aborrezca como clase profesional. La crítica a los grandes (y a los pequeños) partidos es feroz y proviene, me parece, de todos los estamentos sociales, aunque las dos Españas perviven y los dos grandes partidos nacionales mantengan, más o menos, el suelo electoral que tenían.
La gente, lo certifico en cada acto, quiere Cambio y cambios, que van desde lo político a lo tecnológico, a las nuevas tesis sobre la felicidad, el amor, la soledad. Pero teme a la mudanza, a cualquier mudanza. No tiene la más mínima confianza en sus gestores. No hablo solamente del plano nacional, desde luego. ¿Cómo confiar en Trump, en Putin? Un asistente bromeó diciendo que Zelenski no debe ir a Moscú, no vaya a ser que Putin le invite a tomar uno de sus famosos tés. Risas. Tenemos tan asumido lo irregular, lo energúmeno, de nuestra existencia que ya hemos normalizado los mayores dislates, las falsedades oficiales y hasta los crímenes de Estado.
Sí, percibo que este verano, pese al incremento en el consumo, pese a que España es un país tradicionalmente alegre, nos ha cambiado el ánimo. A peor. Un cierto halo de desesperanza se adueña de nosotros, según se muestra analizando las tripas de las encuestas, para lo que valgan. Escribe Juan Luis Cebrián sobre la "España vaciada, quemada y desgobernada". Pienso que el mayor vacío, el más severo abrasamiento, el desgobierno más caótico, es el que se ha instalado en nuestro interior. Y se nota en las intervenciones cada vez más airadas. Creo que harían bien los que aspiran a representarnos desde el poder en escuchar estas voces en llamas en lugar de encogerse, como siempre, de hombros.